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"Siempre estás contigo mismo, así que es mejor que disfrutes de la compañía"(Diane Von Furstenberg)

Esta ha sido una semana de inicios, la primera. A ver cómo lo cuento, pues ha sido tan intensa que se me arremolinan las ideas. Vayamos por partes. El domingo pasado estaba desmotivada y además me sentía bastante insegura. Una cosa es encontrar el valor de ser capaz de marcar un objetivo en tu vida y otra es el hecho de que tendrás que afrontarlo con todas las consecuencias que vayan surgiendo durante el proceso del logro. El lunes por la mañana escribí un post con niveles de motivación semejantes a la temperatura de la antártida. Por un lado era mi primera semana con cuarenta y cinco años, y aunque me hacía mucha ilusión cumplirlos, según fue avanzando la mañana me fui sintiendo peor. También estaba frente a mi primera semana de clases y por primera vez me sentí con un pie tras la línea de salida para conseguir ganar un sueño que se quedó en el banquillo sentado hace treinta y un años. Pero tuve la sensación de estar a punto de enfrentar una salida sin conocer los metros a recorrer ni los tiempos que batir. No me apetecía que mis inseguridades y mis miedos tiñeran el instante, así que hice lo que mejor sé hacer... "dientes, dientes" que diría la Pantoja. Y apretar hacia dentro hasta ver que deparaba la semana.

Mi hermana me llamó por la mañana y me cantó el cumpleaños feliz. No hace falta que lo escriba ya que quienes me conocéis, tanto en persona como por aquí, sabéis que ella siempre me levanta el animo. El resto del día el Whatsapp y el e-mail me hicieron llegar vuestras felicitaciones y muestras de cariño; también me llegaron por el formulario de contacto del blog. Especialmente el mensaje de mi amigo Angelo me hizo mucho bien. Me recordó el modo en que me sentía hace ocho años cuando abrí este blog y también la razón por la que sigo compartiendo en él todas mis batallitas aunque ya no interactúe con vosotros en él. Y es que tener amigos con los que caminar es uno de los mayores placeres de la vida.

A las cuatro y cuarto tuve la primera reunión en el IES Virgen de Valme, más tarde a las seis tuve en el CEPER El Palmarillo la reunión de la EOI. Al salir de esta última ya estaba más que agobiada porque me coincidían dos días los horarios y aunque contaba con esa posibilidad, esperaba no tener que pedir a Pepe que se quedara dos mañanas más cuidando de mi padre, además de las tres tardes que tengo clases. Cuidar de mi padre me hace estar fuera del mundo y por momentos sufrir el peso de la soledad. No importa como te levantes cada día él está ahí con su enfermedad y todo se debe desarrollar en torno a ella y a como vaya evolucionando el día. Debes adaptar todas tus rutinas, tus obligaciones, y hasta tus deseos personales a ese bucle repetitivo. A veces los cuidadores sentimos una gran soledad... que es difícil de exteriorizar. Es nuestro deber y también la aceptación personal de cumplir con él, lo asimilamos, pero eso no quita el sufrimiento interno que se padece en el día a día. Yo iba pensando en ello, en lo fácil que sería estudiar ahora que ya tengo los niños mayores si tuviera mi tiempo, o si... ella aún estuviera aquí. Solo hacía una hora que había cumplido cuarenta y cinco años y me sentía como si estuviera en el momento crucial al final de una larga vida. Fueron unos minutos de trayecto teñidos de amargura, pese a que Juan me había tratado de animar al salir de clase. Llegué a la puerta de mi casa y descubrí que estaban aparcados los coches de mis primos. Esa visión hizo un punto y aparte a mi momento de debilidad.

El corazón se me puso a mil. Tardé un poco dentro del coche, sin salir hasta que sentí la seguridad de no romperme y joderlo todo viniéndome abajo. Mientras cruzaba los ochenta metros de camino desde la entrada principal a la casa, me temblaban las piernas y me costaba respirar. La puerta estaba cerrada y las luces apagadas, al abrir empezaron a cantar todos de pie con las dos tartas que habían comprando y las velas encendidas. Solté alguna lagrimilla, pero no me rompí del todo.Fueron dos horas en que me hicieron sentir querida y en que pude una vez más valorar la importancia de la familia.

El martes ya empecé oficialmente las clases, la primera fue la clase de economía. Me sirvió para dos cosas: una descubrir que era la persona más mayor del grupo, en este curso no hay nadie con una edad similar a la mía, casi todo son veinteañer@s. Pero no me sentí fuera de lugar en ningún momento pese a mis inseguridades de individuo. La mayoría de las personas sentimos inseguridades parecidas frente a los nuevos retos y sus situaciones, el modo de afrontar esos sentimientos contradictorios ya depende de la edad, la educación o el entorno en que nos hemos visto obligados a dar resolución a acontecimientos parecidos. También asistí ese martes por la mañana a la otra reunión del grupo de la OEI. Pues al final me he quedado en el grupo de mañana. Allí me encontré con mi compi Paco del año pasado. En la Escuela Oficial de Idiomas somos un grupo de unos ocho o diez alumnos, todos ya mayorcitos, jeje, y aunque soy la persona que lleva menos base de idioma y por tanto menos nivel, he de decir que salí de clase animada y contenta, a pesar de que los listening sólo los pillé a medias. Cerré el martes animada, al llegar por la noche a casa tenía claras dos ideas. Una que no sería fácil pillar el ritmo de la clase de inglés. Dos que sin tener ni puta idea de economia soy una gran economista, jejeje...

La semana la cierro en positivo, pese a que por momentos me he sentido un poco a la deriva. Los niños han vuelto también a clase, los gastos se han disparado en una economía familiar ya muy limitada, el tiempo vuelve a tener horas que cumplir; y las carreras en coche entre casa y los centros educativos se han convertido en mi particular circuito de Jarama. Sigo coja... eso es lo peor del balance, la rodilla la tengo hecha una mierda, espero que no me la tengan que operar. Y mientras deciden que hacer... sigo con la dieta, bajando de peso... y aumentando el nivel de mala leche...jejeje.