50 sombras y ... risas.


"La familia que ríe unida, permanece unida".
(Mi abuela Cayetana)

Llevo tanto tiempo con este post en borradores que el martes al ser consciente que había pasado un año, lo volví a leer y pensé que debía publicarlo y no dejarlo en la lista de los casi doscientos que tengo sin publicar. Sí, este es un espacio raro, como yo, no podía ser de otro modo ya que soy yo misma en letras, citas y algunas imágenes.

Ha pasado un año y lo único que ha cambiado de un modo significativo es el estado de salud de mi padre, para peor. Las situaciones laborales de mis hijos, para mejor y que tengo un año más... 51 y sigo sumando hasta que las fuerzas me acompañen.


Lo del 16 de septiembre tuvo migas. Fue un día algo raro de cojones (las cosas de mi familia son así). Cumplía 50 pelotazos. Pero no tenía nada especial pensado. Hace tiempo que mis cumpleaños ya no son como eran. Desde que mi madre no está son diferentes. Cumplir años para mí siempre ha sido rememorar un momento del que no tengo recuerdos. Pero cuando ella estaba y con tanto amor siempre tenía mi tarta y mis velas, era fácil celebrarlo. Y mejor escuchar, un año tras otro de su boca, las anécdotas de aquel día.. que no fueron pocas (desde lo de partir piñones hasta lo del accidente del burro camino del hospital para darme a luz).

Éste año para celebrar mi cumple Lucy tenía pensado llevarnos a almorzar al Amazonia, porque a mí me gusta mucho la comida china. Pero no se lo dijo a su padre y a su hermano hasta la noche antes. Teníamos el coche en el taller, así que su plan era recogerme a mí de la casa a la que voy a limpiar los lunes y darme la sorpresa junto al resto en el centro comercial. Pero me llamó la chica a primera hora para cambiarme el dia porque tenia un incidente familiar y ya Lucy se tuvo que poner a improvisar conmigo estando en la casa. 

"Mamá te íbamos a dar la sorpresa pero como estas aqui te lo digo ya, vamos a ir a comer al Amazonia, así que venga, vamos a ver cómo convencemos al abuelo". La sorpresa. Me quedé en la sorpresa porque mi corazón ya empezó a pillar la arritmia, el salón a darme vueltas y las ideas en mi cabeza se convertían en punzadas mortíferas que me aniquilaba en malditas oleadas el cuerpo.  

Yo no quiero sorpresa. Desde hace unos años las sorpresas están en mi lista de imposibles y cosas indeseables. No me gustan las sorpresas. Necesito programar cada paso de mi día a día. Necesito asimilarlo por partes, porque mis estados anímicos van a mil y la mujer que antes fui, ahora se me pierde en la galerna de emociones contradictorias que me invaden. 

No es una sorpresa para los míos el que yo no quiera arreglarme, no quiera salir, no quiera barullo, no quiera improvisaciones, mi vida ya es bastante caótica para mi salud mental y para las pocas ganas de vivir que tengo. Ea, ya lo he escrito. Los míos lo saben, ahora también tú. 

Lastima que cuando me tuve que tirar en la cama aflatada con una crisis de ansiedad y diciendo que fueran a comer sin mi, a Lucy no le dio por sacarme la foto. Te juro que ahora me hubiese gustado tener esa imagen y compartirla. Porque esa también soy yo, y no me avergüenzo de reconocerlo del mismo modo que soy capaz de plantar los ovarios y comerme el mundo si la situación lo requiere. Pero sí, justo ese día... yo... no estaba para sorpresas. 

Mi tía Esperanza que ya ha cumplido los ochenta y se ha mudado a Málaga con su hija. Me había llamado un rato antes y al descolgar el teléfono se puso a cantarme cumpleaños feliz. Me emocioné y lloré con ese llanto de risa nerviosa que quienes me conocen en persona saben de qué hablo. Y después de acabar la conversación en la que me sentí mimada y querida, afronté de nuevo mi realidad donde ya no soy aquella niña, ni siquiera la mujer que soy realmente. Solo la que he de ser porque el día a día así lo requiere esté o no preparada para ello. 


Las imágenes de arriba son de un rato después de decirme Lucy lo de la sorpresita. A ver... que no es por ser desagradecida. Que sé que mi hija lo hizo con toda su buena voluntad porque si no es ella, los demás tienen poca o nada de iniciativa y mi naturaleza deprimida se ha ido adaptando y aplastando en torno a ellos. 

La escuchaba desde la cama conchaveando al abuelo. A él no hay quien lo mueva de casa. Así que tenía posibilidades de no tener que enfrentarme a un día de cumpleaños fuera. Pero para que la sorpresa fuese más grande y contra todo pronóstico el abuelo terminó aceptando. Desde la cama los escuchaba a los dos dando carcajadas y Lucy convenciendo al abuelo para que se duchara y se vistiera para irnos. 

Entonces recordé que el coche estaba en el taller, jejeje... no podríamos ir. En el coche de Lucy no cabe el carro del abuelo y tampoco los cinco Patagotitan Mayorum que somos... ah y eso sin contar a mi yerno Juan que había que recogerlo en la Universidad en Sevilla. Lucy y su actitud me recordaba a mi yo de su edad, cuando los planes adversos y el "no se puede" no existían en mi vocabulario. 

Cada vez que le puntualicé los inconvenientes diarios para hacer mi vida... ella se ofrecía (ese día) a solucionarlo. Y sí, me gustó su detalle, su implicación, a pesar de que yo hubiese preferido, realmente, que se fueran todos ellos a comer fuera y quedarme en casa sola y en silencio con mis perros.  

Lucy y Pepe fueron al trabajo de mi hermana a llevarle su coche para que ella recogiera luego al salir a sus hijos. Otra de las razones por las que no quería sorpresa era esa. Estaba preocupada porque le fueran a decir algo en el trabajo, ya que tendría que pedir salir un rato antes para llegar a la salida del comedor. Por eso soy quien lleva y recoge en el cole a los niños. Los trabajos no están para pedir muchos favores. Mi hermana que me conoce muy bien, les dijo que me dijeran que no me preocupase. 

En fin... que cuando llegaron de llevarle el coche, con ramo incluido... ya no hubo marcha atrás. Iríamos. Y que saliera el sol por Antequera. Eso si... yo iba sin arreglarme pero con Mandarina muy complementada con sus Converse amarillas y su bolso a juego. Como siempre protestaron para que no me llevase a la muñeca y me lo pasé por donde siempre, valga la redundancia y me llevé a Mandarina con nosotros. Por suerte es pequeña, porque cuando nos montamos en el coche... ¡ay Dios! 

Todo el tiempo mientras conseguíamos meter la silla y que cerrara el maletero, mis hijos estuvieron peleando con el padre y entre ellos. Los tres relatando porque no cuadraban el "Tetris". Mi viejo, al que ya habíamos acomodado en el asiento de copiloto mientras tanto se estuvo cagando en todo el Santoral católico. Siempre me ha llamado la atención el modo en que una persona que no quiere nada con la Iglesia, reconoce tantos representantes de Ésta.

Las risas de Lucy encendiendo el aire acondicionado (que parece ir a pilas) era el colmo con mi padre diciendo esas frases tan suyas, como: "me cago en Dios, este coche es una mierda, no echa ni aire ni ná, anda que me vais a pillar a mi para otra. Que quede claro que esta es la última vez que me convenceis, si no me muero de caló aquí metio".

Las pocas veces que sale es en mi familiar que es más amplio. Y no paraba de protestar del hueco, pero los más graciosos éramos los cuatro (con Mandarina) que estábamos detrás. Mi marido más negro de lo que es. Estábamos los tres tan encajonados que no pudimos ni colocar los cinturones de seguridad. Mi hijo Iván protestando porque iba vestido para luego ir al Politécnico, era su primer día de clases y no paraba de decir que tendría que ir todo sudado. 

Bueno, un circo, sudando como pavos, abanicándolos como podía, porque poco más que las pestañas teníamos de margen de movimiento y en esa multitud de protestas a Lucy se le ocurre sacar el móvil para una foto.

Todos gritando y protestando en el coche para irnos ya y sin querer foto... menos Lucy y yo que enseguida saqué como pude a Mandarina. Es la imagen del inicio de este post. Imagina la banda sonora entre: "Me cago en Dios, el que tenga cojones que me intente llevar a mi otra vez a ningún sitio". "Que yo así todo sudado no voy a ir, eh. Que os quede claro y si no me quedo aquí". "No el que me voy a quedar soy yo, que así no se puede ir a ningún sitio". Cuando los vi a todos protestando, en ese momento a mi me dió ya igual todo y me partí de la risa mientras que Lucy no paró venga a dar la vara con el móvil hasta sacar varias fotos. Somos así, sin filtros, siempre liándola donde quiera que vayamos 

 
Llegamos al centro comercial de Lagoh a punto de colapsar de calor. Nos bajamos y Lucy prosiguió la marcha camino de la facultad a recoger a su novio. Esa era otra, justo cuando estábamos sin coche se les ocurrió lo de ir a Sevilla pudiendo quedarnos en nuestra ciudad.  

Al ser lunes el centro estaba tranquilo. Pero mi padre desde su carrito no paraba de relatar y decir que aquello era una madriguera y que si ponían una bomba no habría por donde salir. A mí me cabrea y me hace gracia a partes iguales que sea tan porculero. A veces paso y otras le contesto como hice en ese momento:"Papá deja ya de dar por culo si de todas formas tú ya no puedes correr si pasara algo, qué más da como sea el sitio'. Le dije algo así a lo que el me respondió. "Me cago en Dios a ver sino voy a poder decir nada. Ya sé que no puedo correr pero tendrás que correr tú empujando el carro.¿O si pasa algo me vas a dejar atras". Así fue todo el rato, protestando de una en otra, mientras hicimos tiempo esperando a Lucy y a Juan. 

Durante la comida me aproveché y con el rollo de ser la cumpleañera disfruté de comer y jugar con Mandarina, del mismo modo que hacen los críos con los juguetitos que traen los menús infantiles en las cadenas de Burguers. Sí, esa también soy yo y es otra de mis formas de ponerme el mundo por montera.

Pese al mal pronóstico  con que empecé mí sorpresa, admito que me lo pasé genial y que lo disfruté mucho más cuando vi que Iván llegó a tiempo a su presentación. Porque para no ser normales, perdimos la llave y casi termina el almuerzo en tragedia porque para Iván era importante llegar a tiempo. 

Cuando llegamos a casa no sabía si estaba tan cansada por el cúmulo de emociones o por haber traspasado la barrera de los 50.  El caso es que en cuanto mi padre se tumbó yo hice lo mismo dispuesta a echar mi primera siestecita de cincuentona. En ello estaba...  acostada y casi en brazos de Morfeo cuando entró en mi dormitorio gritando mi sobrina: " tita, tita corre que mi madre tiene un problema". No sé qué coño me imaginé que salí corriendo sin pensarlo. Por suerte me había acostado en pijama y no en bolas... porque de haber sido lo segundo los que se habrían llevado la sorpresa hubiesen sido mis sobrinos, mi hermana y mi hija, que junto a mí yerno móvil en mano y grabando, me empezaron a cantar el cumpleaños feliz al salir por la puerta de la casa. La sorpresa hubiese sido completa ya te digo y desde luego que no la palme ese día de milagro, entre tanta sorpresita y azúcares en vena.

Comentarios

LOS BLOGS QUE ME 👍 LEER... ↓