CONEXIONES

 

"Siempre me he sentido libre en el agua, ya sea en mar abierto o en una charca"

En las imágenes que encabezan este post tenía cuatro años. Lo sé porque ese fue mi último verano antes de entrar en párvulos y entonces se entraba en infantil de la EGB con cinco años. 

En verano mis padres me colocaban esa piscina en la azotea porque en el patio teníamos un pilón de obra y recuerdo que durante varios años pasé muchos momentos en ambos, alternando los baños y jugando. Las horas de sol intenso las pasaba abajo en el pilón porque había sombra. Y las horas de menos sol arriba en la piscina. 

Me encantaba hacer el muerto. Aunque no sabía nadar. Curiosamente mi padre enseñaba a todos los niños de la familia a nadar desde muy temprana edad. Todos aprendieron menos yo. 

Aún hoy no tengo muy claro cuáles fueron las razones para que yo no lo hiciera nunca. A fin de cuentas el proceso era el mismo. Mi madre sujetaba al crío a flote, mi padre se ponía delante y el niño nadaba hacia él. El caso es que todos aprendieron, menos yo. 

A mí me tocó hacerlo sola a los trece años, porque nunca aprendí como hicieron los otros, no sé si era por mí o por ellos. Pero no fue que aprendí a nadar, hasta muchos años después en la piscina de mi vecino que jugábamos diez o doce chavales y chicas al pillar. Corríamos en fila por el borde (he de decir que nadie se mató en aquellas hazañas que hoy serían impensables como juegos), a pesar de que algunos salían despedidos al ser cazados lo mismo para el agua , que hacía el exterior ya fuera sobre la zona del césped o de hormigón. No era raro ser empujado y terminar rodando fuera y acabar con las rodillas heridas, raspones en los costados,  o moratones de los resbalones y golpes con el borde. Eso sin contar con los dedos heridos del desgaste por la fricción con la pared de la piscina que era de cemento nuevo. 

También podías terminar como yo, no por ser la más pequeña del grupo, si no por no saber nadar. Terminaba con más de un dolor de estómago de tanto tragar agua, cuando me alcanzaban corriendo sobre la zona más profunda y me tiraban en la parte que me cubría. Sin saber nadar, llegaba al borde a base de dar zambullidas  y tragando agua hasta por los ojos. Cuando ese verano terminó y sin haberme percatado de ello, ya sabía nadar. 

Pero hasta entonces, todos aquellos años anteriores, mi juego favorito era flotar en el agua. Eso lo hacía de puta madre desde muy pequeña. Siempre me ha gustado hacer el muerto en el agua. Es una sensación de paz y libertad que provoca en mi cerebro, que aún hoy, cada vez que necesito desconectar, la busco. Ya sea en mar abierto, río, piscina... o en la propia bañera. 

En verano paso mucho tiempo a medio día así. Tumbada en el agua. Termino arrugada como un garbanzo gigante en remojo. Me echo la siesta así. Como me lees. Y bueno, no me he ahogado aun, a no ser que esté muerta y no me haya dado cuenta. 

Con el tiempo he ido perfeccionando la técnica. Cruzo las piernas. Hago lo mismo con los antebrazos bajo mi nuca y voilà... el estado de relax llega al instante. Siento el sonido de mi corazón de ese modo especial que se siente con los oídos sumergidos. Centro toda mi atención en ese sonido. Baja el ritmo como si de una anea total se tratase. Siento una extraña conexión con alguna parte de mi cerebro que parece llevarme a recuerdos de cuando era gestante en el vientre de mi madre. No cambio ese sensación por ningún otro vicio que me haya llevado a un estado de extasis, ni por el mejor de los orgasmos que haya tenido en mi vida. 

Esa sensación es algo que va mucho más allá. Debe ser algo así como una experiencia mística. No lo sé. Tampoco es que me importe averiguarlo. Simplemente me gusta vivirla tal cual. Hay una especie de engranajes en mi cabeza que furulan y de pronto tengo mentalmente visiones de momentos que he vivido pero que por edad es casi imposible que recuerde. 

Sobre todo porque la amnesia infantil existe y la inmadurez del hipocampo, junto a la neurogénesis, provoca que esos recuerdos no puedan ser bien codificados. La inmadurez de las conexiones neuronales a esa edad, dicen que provoca el hecho de que no tengamos recuerdos. Que estén en algún lugar del cerebro pero sin un acceso a ellos. 

Pues una de dos. O yo estoy como una puta cabra. Que puede ser lo más fiable. O mi retorcida cabecita ha llegado como la gran mayoría de mis experiencias a mí vida, porque me atreví a querer ir un paso más allá y ver qué pasaba. 

De pequeña me decían que era muy soñadora. Y que esas cosas me las inventaba porque las soñaba. Pero... qué sueño cuando lo cuentas coincide con muchos detalles reales de un acontecimiento  concreto. 

Y cuando esos acontecimientos son muchos y aún así el acierto de detalles es impecable.... qué es entonces. 

No lo sé. Hubo hasta a quienes les daba miedo y no me querían escuchar cuando les decía como les había visto. Un bebé con meses es imposible. ¿Verdad? Bueno, eso dicen. A mí me da igual. 

Una vez tuve esa conexión y experimente un recuerdo uterino. ¿Funciona ya el cerebro en ese estado? Ni puta idea. Pero yo no estaba bajo ninguna medicacion, ni vicio al tenerlo. Y a pesar de que mi madre ya no existe... Al flotar, vive en mi. Porque ese recuerdo no sé difumina con el tiempo. Siempre tiene la misma intensidad bajo el agua... o sobre ésta.

Las dos veces que he estado embarazada he sentido también la misma conexión, con cada uno de mis hijos, pero diferentes las tres. Todas con la misma tecnica.

Me da igual lo que pueda parecer esto que cuento  mientras lo lees. No necesito que nadie más pueda testimoniar algo parecido o incluso que científicamente se pueda demostrar, o no. La experiencia es mía. La vivo yo y hoy simplemente me apetecía escribir sobre ello. 

Comentarios

LOS BLOGS QUE ME 👍 LEER... ↓