SEÑALES.
"Cuando dejas de soñar, te haces mayor y mueres".
(Sacramento Rosales).
No importa lo que hagas, las acciones que realices, las responsabilidades que asumes o lo que necesites implicar en su realización. La mayor parte de la carga es todo tuya. Y a pocos les importará ni cómo estás, ni cómo has llegado, porque la mayoría dan por hecho que es tu responsabilidad y tú máxima de rol. Otra mierda. Pero así es.
Me levanto a las cinco de la mañana para llevar o recoger a mi marido, según turnos en su trabajo. Ahora ya no puedo llevar a mi hermana porque aún no he descubierto la habilidad de conducir dos coches al mismo tiempo con dos destinos x distantes.
Cuando llego a casa del primer viaje, mi padre que ha perdido el norte con los horarios, puede o no, estar levantado. Entonces ya me quedo despierta. Sí no me echo un rato hasta las ocho que me voy a despertar niños. Levanto a mis cuatro sobrinos y los llevo en coche al colegio. A la vuelta hago la compra.
Luego según agenda del resto de la casa llevo a mi hijo a la parada del metro (van 3 vueltas y es que vivir en el campo también tiene sus pormenores) y hago todo eso que se da por hecho que deben hacer las madres, además de supervisar 24/7 a mi padre. A las diez de la noche recojo a Pepe según turnos y a las once a mí hijo del metro. Eso cuando no es finde y me tengo que quedar pendiente con el móvil en la almohada para recogerlo cuando termine la fiesta.
En eso estaba este sábado, pensando en la penumbra de mi habitación sin poder dormir. Mirando de reojo el móvil y cuestionando el hecho de que el mío no arda como suele salir en los sucesos y por fin llegar al puto infierno. En algún momento me entreveló el sueño. Y cuando volví a abrir los ojos el sol estaba haciendo remolinos en mis pestañas con sus rayos.
Con las hojas de las higueras hacían juegos de luces y sombras, los destellos se acercaban y alejaban de mi según las mecidas de la brisa en las ramas. Estaba tumbada sobre mi hamaca hawaiana y tenía a Booff sobre el vientre. Pero al mirarla me di cuenta que no era ella, sino Juanito. Me sobresaltó ese cambio.
Mi perro había envejecido y tenía todo el hociquito blancuzco. Dormitaba relajado con los ojos cerrados. Toqué sus largas orejas y advertí que mis manos estaban arrugadas. También habían envejecido. La paz y la tranquilidad que sentía en aquellos momentos de estar tumbada en la hamaca y experimentar el instante de descanso hizo una colisión con la inquietud de querer saber que pasaba. Yo era la misma por dentro pero por fuera ni yo ni mi mascota éramos los mismos.
Estaba teniendo uno de esos momentos en que la realidad y el caos de lo desconocido hacían comunión en mi cabeza. Mis recuerdos se mezclaban con el sueño y la visión de un yo que nunca había sido. Estaba soñando y me estaba dando cuenta. Traté de mirar con más detalle todo el entorno. Lo suelo hacer cuando me doy cuenta de que estoy soñando. Y trato de recopilar detalles para ver si permanecen al llegar al consciente.
Era verano. Las hojas no eran de higuera sino de otro tipo de árbol ornamental de hojas perenne y la hamaca colgaba de él y un saliente de la caravana. No estaba delante del porche de la casa de mis padres. Aún así el sonido ambiental seguía siendo relajado, pero no sonaban tantos los pájaros. El eco de fondo era el de otras personas que no eran mis vecinos de antaño, pese al parecido de niños riendo y jugando. Estaba en otro lugar.
No hacía calor y el juego de luces del sol era muy agradable. Tan parecido a aquellas tardes de verano. Me quedé mirando mis manos. ¿En qué momento me hice mayor? Tenía un mechón de pelo sobre el pecho. Me sorprendió más su largura que el tono blanco y plateado. No recordaba tampoco en qué época había vuelto a dejarme los rizos crecer... le di vueltas a los caracoles sobre mi dedo índice, apenas se notaban las cicatrices aunque seguía sin poder doblarlo. Me hizo gracia ver qué volvía a lucir melena leónica.
Estaba soñando pero era yo. Tan llena de vida como cuando tenía veinte años. Me pude ver por dentro y por fuera en aquel instante del sueño. Y deseé con todas mis fuerzas que al despertar de verdad, ese fuera mi destino, porque mi presente ya lo conocía. Fue entonces cuando escuché su voz, con un tono burlón, acusándome de ser quien no iba a dormir la siesta. Me impactó tanto la felicidad que sentí al reconocimiento de su timbre de voz que... desperté en el acto con el corazón arritmico.
Y desperté en mi casa. Mi corazón seguía latiendo a mil.
Por la mañana sin haber dormido más y después de recoger a mi hijo a la misma hora que salió su padre. Me quedé levantada para poner lavadoras porque el día prometía con secar la ropa. Entré en el cuartillo. Y cuando estaba echando el detergente líquido el impacto de ver la caja con el camping gas y escrita del puño de mi madre hizo que me echase todo el detergente encima.
Unos días antes le había pedido a Pepe que me bajase una caja que había en los altillos con pinturas de mis manualidades. Y no sé porqué estaba allí con aquella otra caja encima. ¿Casualidad? ¿Señales? No tengo ni puta idea. Pero algo me dice que voy a acabar mi vejez disfrutando de una vida tranquila cerca del mar y en un camping. Tengo esa corazonada.
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