Silente.

"Señor, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar aquellas que puedo, y sabiduría para reconocer la diferencia". 

(San Francisco de Asís)

No fue fácil verte marchar. Me quedé allí, callada y conteniendo el peso de mil infiernos sobre los hombros. Mirando como te ibas. Lo sabía. Lo supe mucho antes del momento en que ya no hubo marcha atrás. 

Pude hacer algo por cambiar el rumbo de los acontecimientos. Pude hincar las rodillas frente a ti y suplicar. No creas que no lo pensé cada minuto que estuve a oscuras en aquella habitación, mirando como dormías y sabiendo que si no hacía algo por evitarlo esa sería nuestra última noche. 

Cuando abriste los ojos tu optimismo estaba allí, con la brillantez de un amanecer esperanzador. Supe que mi necesidad de ti, solo seria un nubarrón gris en semejante escena. Callé. Lo hice contagiada de aquella luz que emanabas, que se colaba por aquella fina rotura de mi desesperanza. Conocer el porvenir nunca me gustó. Por eso no te lo dije, por eso me dejé contagiar de tus ganas y te vi marchar sola enfrentando tu destino.