DIAS DE COLEGIO.

"La sabiduría no es producto de la escolarización, 

sino de un intento a lo largo de la vida de adquirirlo"

(Albert Einstein)

Mis recuerdos de niña de aquellos primeros días de colegio son todos malos... como un puto infierno. Era una niña muy tímida, introvertida y me costaba mucho hacer amigos, en verdad pasaba el curso y no los hacia. Siempre andaba sola. Era como una baliza para los abusones, de hecho sufrí acoso durante toda mi infancia. Y no me detendré en dar detalles, ni un minuto de gloria para ningún hijo de puta de entonces. Lo cierto es que mi cumpleaños se lo cargaba siempre el principio de curso. Ya que coincidia entonces que empezaba casi siempre el 16, un día antes o un día después. 

Con diecinueve años llevé por primera vez a párvulos a mi hermana, aquella fue mi primera vez como madre. Ya que la mía delegó todas esas responsabilidades en mi. Recuerdo aquella época como la mejor de mi vida. También tuvo su momento de intento de acoso... por suerte para ella estuve yo que sabia de que iba la cosa y lo arreglé a mi manera. A ella no le pasó como a mi. 

Parte de haber criado a mi hermana tuvo influencia en que yo no quisiera más tarde ser madre. Ya había saciado aquel instinto maternal y me había dado cuenta la gran responsabilidad que era tener a alguien a quien educar y gobernar en esos aspectos del individuo que no para de ampliar sus campos de conocimiento. A pesar de ello, tuve dos hijos, los dos buscados, de hecho a Iván nos costó más de un año de intentos. 

Pepe y yo decidimos que nadie se quedaría al cuidado de nuestros hijos y uno de los dos siempre estuvo en casa con ellos mientras el otro trabajaba. La etapa de niños me la pasé trabajando yo, me perdí casi todas esas historias bonitas de inicios de curso y de días de celebraciones. Pero me alegro de que él las viviera con sus hijos. Era el padre que se pudo permitir todas las excursiones y actividades. No todos los padres se lo pueden permitir. Y yo siempre quise que él fuera el centro de la admiración de sus hijos, como mi padre lo era el mío. 

Ahora con mis hijos ya crecidos... es como si me lanzaran en un tirachinas en la dirección de ser aquella mujer que nunca quise ser. Me tiraba mucho más la vida nómada. Una familia mecánica compuesta por una caravana y una moto y vivir al día... Sin embargo la vida me ha puesto sin pretenderlo en el lugar de la matriarca de los míos cuando ella faltó. Y sí... no importa a quien le pese... cuando en mañanas como la de hoy me veo llevando a clase a mis sobrinos, encuentro ese anclaje al mundo donde, como mujer, siento el vínculo de la sangre. Lo siento por los chicos... la naturaleza os dejó fuera de la experiencia. Es algo que se entiende mejor cuando sientes crecer dentro de ti a otros. Esa experiencia hace que la existencialidad de la especie cobre sentido. 

Les miro y agradezco a Dios, a la vida, a la propia evolución y hasta a la fortuna, el hecho de que son sangre de mi sangre. Miro a mis sobrinos y sé que han crecido dentro del útero de la única persona que habitó, además de mi, el útero de mi madre... y eso es un vinculo inquebrantable. 

En ellos no solo revivo las experiencias que un día tuve, también a la niña que fui en referencia al amor de mi madre. A su perfecta maternidad. Al amor con que siempre se entregó a nosotras. Yo nunca estaré a su altura, lo sé, pero lo intento. Joder. Claro que lo intento. Y encima ellos me hacen feliz con cada uno de esos intentos. Son el premio perfecto a cada uno de mis esfuerzos.