Hubieran sido setenta y dos.

 

“Puedes querer mucho a alguien. Pero nunca puedes querer a nadie tanto como puedes echarlo de menos.” (John Green).

La noche ha sido muy fría, ya sabes que si mal llevo agosto al sol... el frio en contrapunto, me pone frente a mi realidad más abrupta... soy de septiembres madre... y de otoños templados con lluvia. 

Me fui a la cama con ese pensamiento dando vueltas en mi cabeza, lo injusta que resultan a veces las cosas, hoy hubieras cumplido setenta y dos años. Las horas nocturnas en vela te he pensado, tratando de imaginar como serias cuatro años más viejita. Hermosa en tus arrugas, en tu sonrisa. Te echo tanto de menos.

Hacía mucho frio esta mañana al salir de casa para llevar a la niña al trabajo. Después de unos primeros meses muy tensos, le salió un trabajo en una cafetería, enfrente de la cabina de teléfonos de la esquina de nuestra vieja casa. Y sí, volvió. Pero con un bebé más de los tres que conociste, se llama como tú. ¿Y sabes? Con lo mucho que odiaba de pequeña mi nombre, ahora lo siento tan bonito cuando lo pronuncio llamando a la peque. Esto es un caos mamá, pero al menos está aquí, donde puedo supervisarlos a todos y saber que están bien, tal como dijiste. Papá es otro crio más... no veas el porculo que da con los niños. No veas. A veces me desesperan entre todos y solo deseo salir corriendo... me dejaste un duro testigo este de mediar, de compactar... de hacer familia. 

En días como hoy, marcados, la añoranza se multiplica, se agudiza el dolor, y doy gracias a Dios porque tu recuerdo aun me hace sentir viva. Aunque duela. Aunque me rompa. Aunque la necesidad sea tan brutal... que rompe a la mujer y hace llorar a la niña. El tiempo es tan relativo cuando de recuerdos se complementa, de hipótesis que nunca llegaran a ser enunciados verificados. Solo son estados que me acompañan, que tratan de cubrir espacios desocupados junto a la experiencia que me recuerda de dónde vengo y hacia dónde debo seguir caminando.