El amanecer de los muertos.


"Quien ama cuando muere, es sólo para evolucionar"
(Abel Pérez Rojas)

Decía Séneca que el mayor de los males era salir del número de los vivos antes de morir. Siempre me gustó ese aforismo porque en muchas ocasiones a lo largo de mi vida me he sentido como un individuo sin numerar entre la multitud. Sin embargo ayer comprendí que la evolución del hombre está en continuo desarrollo siempre. Que cuando el dolor y el sufrimiento te mata por dentro y aún así te ves obligado a seguir respirando, evolucionar a un estado en que el amor llene los vacíos no deja de ser un paso más de la capacidad del hombre al medio y de su evolución dentro de su propia muerte.  

Ayer por la mañana llevé a mi padre al cementerio. Con la semana de exámenes no había tenido tiempo de ir antes a arreglar el nicho de mi madre y mis abuelos. Un año más mi padre ha querido venir conmigo. Yo casi hubiera preferido ir sola, porque es un dolor tan insoportable el que me produce ir con él al cementerio, que ni siquiera sé de donde me sale la capacidad para soportarlo. La pérdida de mi madre ha sido dolorosa, era demasiado joven y estaba tan llena de vida... era una persona tan alegre, con tanta luz, que cuesta reponerse al día a día donde faltan sus sonrisas y su modo de entender el mundo y enfrentar retos. Pero en ese día a día lo más doloroso, lo que más me cuesta llevar es ver el declive de mi padre. Cuando tienes un padre como el mío, fuerte y rudo como un búfalo, es insoportable. 

El año pasado lo pasamos mal mis hijos y yo con él en el cementerio, porque no podía andar, ahora apenas da unos pasos ya no le aguantan las piernas. Ser testigo de eso es algo tan difícil de asimilar, incluso para mi, que llevo toda mi vida cuidando de personas mayores y sé lo que hay. Pero este es mi padre, es mi héroe, es mi dios Ares (la fuerza bruta), es el hombre en el que siempre he creído y visto que se podía capacitar el espíritu de lucha y resistencia. Sé que algún día todo este coraje será similar a como le veo ahora... acabaré como él, incapaz y dependiendo de otros. Y hay que ser muy fuerte para soportarlo, no por mi, sino por lo que me duele saber que no puedo evitar que él se de cuenta también, y que sufra por ello. Estos días en las noticias contaban de una anciana que había muerto hacía quince años, y nadie se había percatado de ello. Vivir y morir a veces tienen esas connotaciones irónicas. 

El caso es que mi padre antes de salir me dijo que no quería ir en el carrito. Y yo que lo conozco tan bien ya tenía el plan B por si las moscas. La silla plegable verde pistacho que se compró para la mesa portatil de Iván. Eso no le pareció tan mala idea, y allá que salimos los dos. Desde los aparcamientos a la calle donde están los restos de mi madre, tuvimos que hacer dos paradas, y otras dos a la vuelta. Es curioso, porque el muy presumido (lo digo con risa contenida) cuando pasabamos por los bancos de hierro que hay distribuidos en algunas partes del recorrido del cementerio, me dijo: "anda vamos a sentarnos aquí un poquito, siéntate tú también que descanses la rodilla". Genio y figura hasta la sepultura... y yo sentada junto a él en el banco de hierro, con la silla plegada entre las piernas, jejeje.

Desde ese lugar observé el ir y venir de la gente durante unos minutos. Señoras mayores solas. Hombres y mujeres mayores con acompañantes (vamos como mi padre y yo). Parejas jóvenes caminando hacia el lugar de los niños. Gente de clase alta, sus vestimentas les delatan, buenas telas, complementos a juego. Nada que ver con las marujas que se cruzaban en deportivas, mallas y moños altos. Una mujer comiéndose un bocata, lo sostenía en una mano mientras en la otra llevaba el típico cubito azul del que asomaban las flores. Gente con prisas. Paseantes lentos. Algunas embarazadas. Madres con niños. Bebés en carritos. Todos estábamos allí, caminando entre el número de los vivos. Algunos recuperando fuerzas, como mi viejo, para seguir avanzando. Los cementerios siempre me han gustado, me hacen ver la realidad del momento sin tapujos, aunque duela. Personas tan diferentes, metidas en sus circunstancias, la mayoría evitando pensar en lo inevitable.

Al llegar a casa mi padre se quedó un ratito, luego se marchó a la suya que pega puerta con puerta con la mía, y fue entonces cuando la catarsis se me disparó estallando dentro he intentando salir. Fin de mi capacidad de resistencia. Entonces sonó el tono de notificación de whatsapp, era mi hermana. Lo abrí y vi un montón de fotos de mis sobrinos de la fiesta del cole. Mi Marichu me contó que el día antes lo pasó muy mal, que fue su día de descanso y que no tenía nada organizado de disfraces para los niños. Encima se  le fue la luz y pensó que no podría hacerles nada para la fiesta. Me pregunta apurada qué me parecían los resultados. Para una mamá que trabaja jornada completa a tiempo partido como camarera, seis días a la semana, con cuatro hijos y sin apenas recursos económicos... PERFECTOS. Vamos, que si digo perfectos, no es porque sea una tía cegata con la pasión subida de ego parental. Mis niños son estupendos, pero su mamá se da unas mañas, que ya las querrían muchos economistas y diseñadores. Lo dice el orgullo de la sangre y la razón.

La vida. Siempre la vida. La vida de la mano de la muerte, como hermanas que pasean dejándose contemplar. El dolor se atenúa por un momento, toda esa presión muta en un sentimiento de gratitud a la existencia de los míos, mi familia, mi sangre, mi materia, la de mis padres y los padres de ellos... la cadena que sigue y que mantiene viva la estirpe de una familia. Dentro del bucle existencial de vivos y muertos, siento la sonrisa de mi madre y de las madres que conocí. Y siento un orgullo de hermana mayor que me rebosa el alma al ver como mi "Orejas" se defiende como una jabata con su prole. Es una madraza, es una luchadora, es la madre perfecta aunque en esta época muchos no lo entiendan. Pues se antepone tener hijos por muchas otras cuestiones de estatus, y a quienes los tienen... se les tachan de irresponsables. La vida siempre es un riesgo, que ningún muerto puede correr. A mi lo mejor que me ha pasado después de ser madre es tener a mis sobrinos, aunque las circunstancias presenten me obliguen a no estar con ellos como deseo y necesito. Y es que no hay nada en este mundo conocido que nos haga sentir más vivos que nuestros hijos y los hijos de estos.

Le decía hace unos días a un amigo que lo que nos hace ser mejores padres es la práctica. Porque la vida, el destino, la edad misma nos pone en nuestro lugar. Y lo más importante, que son nuestros hijos, y lo que hacemos por ellos, lo que nos hace ser mejores padres, mejores personas y hasta mejores hijos.

Un amanecer de vivos es lo que te deseo para el próximo día 2 día de difuntos.  Deseo de corazón que vivas el momento con tus vivos, que recuerdes con cariño a los muertos y que puedas evolucionar en un individuo nuevo, más capaz, más valiente y con ganas de seguir amando.