Miedo.

Muro De Piedra Rejilla Hierro - Foto gratis en Pixabay

"Todo lo que siempre has querido se encuentra al otro lado del miedo"
(George Addair)


Llevo toda mi vida luchando contra él. Contra un miedo que adopté sin conciencia a través del conductismo de mis mayores, del entorno en que crecí y de las experiencias que imperaron en mi niñez. Ese miedo llegó a ser superior a todo aquello que conocía o podía experimentar. Alguna vez he hablado del tema, fui víctima de lo que hoy llaman bullying y también tuve que padecer el acoso sexual durante muchos años. Todos los que hicieron falta para que el terror me dejara de bloquear. Un día sin fecha marcada, el pánico llegó a tal nivel, que superó al miedo que sentía cada vez que barajaba la posibilidad de defenderme. Llegó un momento en que no tenía claro si me daban más miedo ellos, o lo que podría llegar a hacer si me defendía, pero entonces aquel miedo cedió a otro tipo. Ese que emana del instinto de supervivencia y te hace reaccionar porque sabes que te vas a convertir en una víctima definitiva. 

Nunca he vuelto a tener miedo, no de otro ser humano, no de la bestia herida que llevo dentro, ni del modo en que puede reaccionar. No me da miedo de nada a este lado, tampoco de lo que haya al otro. No temo a los contratiempos en este mundo, en esta vida... o en la otra. No temo ya a cualquiera de mis circuitos neuronales, ni siquiera a los  rincones de mi alma. Cuando te han anulado, y te han hecho lo que me hicieron a mi, cuando el miedo ha sido tan superior como para hacerte renunciar y mantenerte sin réplica de defensa, pasan dos cosas: o te suicidas, o lo superas y te impones. Es entonces cuando nada de lo que te ocurra después te vuelve a tumbar. Quedan secuelas, sí; y demonios que combatir, pero también tienes una experiencia tan extrema... que antecede a todos los demás estado de miedo que has de enfrentar. Y esa realidad te hace ser lo más parecido a alguien indestructible. 

Aún así yo tenía un miedo enquistado. Uno que no podía superar. Tenía miedo al éxito. Todos mis demonios internos me hacían querer entender que tenía miedo al fracaso, pero a lo que de verdad tenía miedo era al éxito. Lo supe al 100% cuando mi amigo Juan habló conmigo del tema. Y lo he reiterado hoy cuando en clase de filosofía el profesor abrió el pdf de aforismos en la pizarra digital y coronando la lista de ellos estaba el que os comparto arriba al inicio del post. Mi mente retrocedió treinta y un años atrás a una tutoría con Javier Guinea. Donde me aconsejaba repetir y salir con la nota que mi título merecía. Yo, tenía miedo a fallar a mi familia que me necesitaba en aquellos momentos, pero lo que de verdad me daba miedo era pensar sólo en mi, en mi éxito. Sólo conocía el padecimiento, el sufrimiento y un bucle cerrado dentro del cual creía que debía de estar mi destino. Y he permanecido anclada a ese miedo, al de no querer traspasar la barrera del mismo modo que traspasé la de la opresión física y psicológica que otros me impusieron. Lo sabía. Pero no fue hasta que Juan me dijo las cosas que me dijo, que no reaccioné haciendo frente al miedo que siempre me ha imperado, el único que no he llegado a saber nunca cómo combatir. 

He mirado a través de la ventana del muro... y me gusta lo que veo al otro lado. No me importa a partir de ahora lo que me deba costar. Pero voy a hacerlo. Lo estoy haciendo. Voy a llevar mi carrera académica hasta donde nunca antes me he atrevido a soñar, y ¡Ay! de quién se interponga en mi camino. Porque ahora superado este miedo... no hay rival a nivel que me haga temblar. 

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