Estoicismo a prueba de bomba.


“Recordad que la naturaleza nos ha dado dos oídos y una boca para enseñarnos que vale más oír que hablar”. (Zenón de Citio)

A veces me gustaría estar ciega y sorda... para no tener que ver, ni oír a nadie porque la paciencia tiene un límite por muy estoicista que se sienta a veces. El lunes pasado estuve en una de  las oficinas de Andalucía Orienta de mi ciudad. En un mes cumpliré los 45 y voy a solicitar una ayuda social de seis meses que hay para parados de larga duración. No es que necesite orientación laboral, sé muy bien que quiero, como he de buscarlo y lo serio del panorama con la poca disponibilidad horaria que me deja el estar atendiendo a mi padre en su ancianidad. Sabía que ir allí en mi situación es para nada, excepto porque ahora hay una nueva norma que al presentar las dos horas de asistencia a ese programa de búsqueda activa, te exime de estar yendo a las empresas como un imbécil, con doble currículum para que te los sellen. Luego debes entregarlos en el SEPE para poder solicitar la subvención social.  En un país de vagos como éste y en tiempos difíciles supongo que las Instituciones se deben obligar a tomar recursos así para evitar a los pencos de siempre agarrados a la teta... pero el caso es que siempre los ves, a los mismos agarrados a la marrana.  Y cuando le toca a uno por cuestiones ajenas a la propia voluntad, si vas de frente con honradez, te dan porculo, asi de claro y directo. Porque el sistema es un muro infranqueable con el que te das ciento veinte mil cabezazos, antes de abrir una pequeña brecha por la que respirar. Yo odio tener que ir como una tonta de empresa en empresa cargada de CV fotocopiados, cuando no sólo te ponen ya mala cara para poner el sello de justificante, sino que además ya ni te recogen la documentación.


El caso es que yo con una disponibilidad de nocturnidad o media jornada, lo tengo crudo para incorporarme ahora mismo a la vida laboral, ya llevo meses pendiente de las ofertas de empleo por Internet y nada. Así que tenía claro que iba a ir allí a perder dos horas de mi vida, porque ya se hacer todo lo que me iban a enseñar en ese periodo de tiempo. Lo tenía más que claro, sólo me interesaba el justificante para no tener que imprimir 18 CV y hacer la prima otra vez por esas empresas con las que no cumplo el perfil requerido y por tanto nunca me llamaran... y es que a mi me da mucho coraje tener que hacer cosas estúpidas impuestas por otros. Lo que no me esperaba es que esa mañana, iban a poner a prueba sin querer, esa parte de mi que tanto me cuesta trabajar. Porque hay que tener mucho aguante para tener una personalidad como la mía, la experiencia de haber trabajado tres años detrás de una mesa en una oficina realizando un servicio social y salir de aquella oficina como yo lo hice el lunes. 

Tenía la cita a las nueve. A las diez y veintiocho, ya había estado en correos recogiendo mi apartado y vuelto a la sede a esperar que me dieran el justificante de asistencia. Apenas estuve reunida una hora que se me hizo de las más largas que recuerdo en estos últimos años. Mira, cuando salgo de casa, siempre lo hago con cierta tensión. Me es inevitable sentir así porque la realidad que dejó en ella es dura. Mi padre está insoportable y el resto de la familia, mi marido y mis hijos, se quedan con él, pero no tienen paciencia si se levanta con el pie izquierdo que suele ser cada dos por tres. Por tanto yo salgo de casa como quien va programada para cumplir un requisito preciso, conciso y lo antes posible. Incluso cuando salgo a despejarme ya llevo cronometrado mi tiempo límite para esa desconexión. Así que imagina lo poco que me gusta que me hagan perder mi tiempo cada vez que me dejo esa papeleta en casa. 

Pues imagina como me puse cuando me nombran diez minutos después de mi hora, habiendo tres personas conmigo en la sala de espera y siendo yo la primera citada. Y ahí todavía no había empezado la prueba... agárrate... Entré en la oficina y me encontré una señora de una edad aproximada a la mía, que sin mirarme a la cara me dio los buenos días y me invitó a sentarme. Mal empezamos, pensé. Me parece una falta de profesionalidad y también una de respeto impresionante a los demás atender así a alguien. Me senté y me quedé mirando esperando que se desenredara del teclado y de sacar un documento de protección de datos (pensé en las veinte copias que tenía yo cada lunes a mano para no hacer esperar a los demandantes que atendía en las acogidas de Caritas)  respiré intentando tener paciencia, se la pedí a Dios. Entonces por fin me miró a la cara y se presentó.
─ Hola Isabel, mi nombre es "...".

Vale, seguro que alcé la ceja. Pero todavía me contenía. Le respondí. 
─Hola "...", pero mi nombre no es Isabel, soy Sacramento. A ver si estoy citada con otro orientador. 

─Ah no, perdona Isabel, sí está citada conmigo. 

─No, perdone usted, es que no me llamo Isabel. Le acabo de decir que mi nombre es Sacramento. 

Hubo un silencio bastante molesto entre ambas y yo sentí que la bestia ya se me aceleraba dentro. Esa mujer dejó de mirarme mientras cogía un boli del lapicero (uno de los tres que tenía atiborrados de bolígrafos sobre la mesa) Le pedí a Dios de nuevo que me ayudara a dejar de plantearme cuestiones. Tengo un sentido del análisis de todo lo que me rodea brutal y a veces me gustaría ser menos exigente, pero no puedo evitar analizar todo como si fuera un agente secreto de la KJB y sacar mis propias conclusiones. Mientras estaba en ese pensamiento ella por fin me habló y me dijo que tenía que rellenar una protección de datos a lo que asentí diciéndole que no hacía falta que me explicara que era. Entonces me dijo que me iba a ir preguntando los datos y yo respondiendo. Perfecto... hasta que empezó a escribir, al preguntar el nombre y los apellidos, no me había dado lugar a decir el segundo apellido cuando la veo escribiendo mi nombre en el recuadro del primer apellido. ¿Adivina? Había puesto Isabel de nombre y Sacramento de apellido. Fue ahí donde mi cabeza ya empezó a procesar a trillón de datos por milesima de segundo. Terminando en el rótulo de presentación triangular con el logo de la Institución, la profesión y el nombre del orientador. ¿Cómo podía poner allí orientador si esa mujer estaba más desorientada y perdida que el barco del arroz? Entonces le dije que el segundo apellido era García. Y ella sin levantar la cabeza, usó el corrector tapando lo escrito y escribió en el recuadro del nombre... Isabel Sacramento.

Se acabó. Mi paciencia tenía un límite. Preguntó mi fecha de nacimiento y yo me quedé en silencio esperando que levantase la cabeza y me mirase, cuando lo hizo esperando que le respondiera, lo que hice fue dirigirme a ella en un tono seco sin que sobrepasara el límite del respeto, pero si tajante para la situación. 
─ Me parece que debería usted pararse y empezar de nuevo. La he corregido tres veces con mi nombre, y usted sigue escribiendo Isabel. No consigo entender dónde está el problema, pero le aseguro que yo no me llamo Isabel, eso lo tengo muy claro.

Entonces ella se disculpó y me dijo que tenía un mal día. Intenté hacer eco de que esa era una posibilidad bastante creíble, todos tenemos malos días. Pero en el fondo yo seguía en el pensamiento de lo que para mi es tener un mal día y el deber de hacer bien un trabajo. Seguimos rellenando el informe para la protección de datos. Y luego todo el protocolo de orientación para ver si tenía conocimientos informáticos, si me sabía manejar por los portales de ofertas de empleo, ect... La mujer mientras los minutos pasaban, iba y venía a ratos. Como mi paciencia. Y cuando digo que ella iba y venía, me refiero a que no se movía de su ubicación en el sillón, pero ni estaba allí, ni controlaba lo que estaba haciendo, ni por momentos hacia lo que debía. Dos veces tuve que enviarle mi CV desde mi móvil a su email, y decía que no le llegaba, cuando yo había visto aparecer la notificación en las dos ocasiones en la pantalla del pc que tenía girada hacia mi lado de la mesa. Al menos cinco minutos esperando allí en silencio, ella a saber dónde... yo... Uff. Me dio tiempo a observar hasta el más allá. Cada uno de los detalles de la mesa de trabajo, de su postura, sus gestos, su descuidada manicura de más de veinte días sin arreglar el gel permanente. Le hice un perfil detallado de personalidad mientras le hacía un escáner a todo el conjunto entero que llevaba encima y que complementaban con su zona de trabajo. Y me calmé... O por lo menos lo intenté con toda mi buena intención. No voy a mentir, tuve que hacer un gran esfuerzo por no pedir un libro de reclamación y ponerle un parte. Sí, yo soy esa hijaputa que cuando no es adecuadamente tratada lo deja todo por escrito. Yo no pierdo el tiempo en quejas absurdas. Si hay que montar un número a lo bestia, que no me busquen porque lo monto. Pero por regla general prefiero ejercer mi derecho con tranquilidad.

Tres cuarto de hora que aguanté el tipo hasta que me pidió si no me importaba esperar fuera para atender al siguiente, porque el sistema informático se le había colgado. Entonces le dije que me daría una vuelta y volvía en veinte minutos, lo que me quedaba era que imprimiera el justificante de asistencia que en verdad era lo único rentable de todo aquel acontecimiento.  Cuando volví lo firmé y me fui del centro con una extraña sensación. Por un lado me sentía fatal, me habian tratado tan poco profesional, que me indignaba. Recordando cada gesto me sentía aún más cabreada e irritable. Comparaba los cursos a los que había asistido de formación para el voluntariado, como se debía de tratar a las personas para que no se sientan como un número de expediente... Me preguntaba cómo se sentirían otras personas enfrentando un servicio de orientación así. Yo al menos no llevaba el propósito de aprender nada. Pero qué pasaba con las personas que en esas dos horas de formación ese debía de ser el único medio para que les enseñaran, por ejemplo, a buscar en un portal de trabajo la oferta apropiada a su necesidad.

Me detuve en la esquina de la calle. Me sentía dividida. Por un lado mi indignación que me pedía por lo menos volver y poner una queja por escrito.  Por otro lado ese instinto interior que me empuja a persistir y tener calma, me decía que esa mujer merecía un poco de paciencia y comprensión por mi parte. Así que como el programa consta de dos citas y en septiembre tengo la segunda, me dije a mi misma que iba a esperar hasta entonces y ver si se repetía su conducta. Y en ese pensamiento estaba al llegar a los aparcamientos del juzgado donde me sorprendió Paul, un chico de color, compañero de clase el curso pasado, que estaba de guardacoches. Señalando la carpeta que llevaba en la mano y en un español un poco difícil de entender por el acento, me dijo que había tardado muy poco tiempo. Y mira tú por donde que fue a él a quien le fui a soltar toda mi presión mental. Le dije lo que me pasaba y que había salido muy disgustada de allí. Me preguntó por quién me había atendido. Él suele ir a menudo y conoce bien a todo el equipo de orientación. A Dios gracias que me topé con Paul. Porque no siempre, pero a veces... es mejor contener la indignación e intentar buscar la verdad de lo que acontece en derredor. Confiar en nuestra propia capacidad de afrontar una circunstancia para que el bien, si se puede alcanzar, sea la connotación del momento.

Paul me contó que ella estaba de baja, que tenía un problema familiar muy gordo y que se había tenido que incorporar al puesto para no perder el trabajo. Pero que estaba mal. Mi capacidad de análisis me había llevado a imaginar a esa mujer como alguien con una posible depresión o con un déficit de concentración, producido tal vez por alguna medicación. Ya sabes que yo no creo en la casualidad, por eso me alegré de haber conversado al respecto con mi compañero. Ya que evitará que yo el próximo día sea demasiado dura si la situación se repite. Porque dominar las situaciones y llevarlas a mi plano personal es la meta que me impongo cada día. Ser dueña de mi y de aquellos agentes externos que puedan producir cambios en mi modo de comprender las cosas o enfrentarlas. Siempre intento ser fiel a mi misma. Y así, tal cual me ha pasado te lo cuento, por si alguna vez te sientes tan avasallado como me sentí yo esa mañana. Y es que... dar dos puñetazos en la mesa y poner las cosas en su lugar puede que sea aquello que creamos lo correcto en ciertas ocasiones. Pero a veces, también hay que saber resistir al momento en favor de un bien que va más allá de propio... Estoicismo a prueba de bomba que lo llamo yo.