Despedidas.



"Sólo en la agonía de despedirnos somos capaces de comprender la profundidad de nuestro amor". (George Eliot)

Hoy me ha costado encontrar un aforismo ajeno con que hacer la introducción al post. Creo que decir adiós, es de los acontecimientos más difíciles que hemos de enfrentar las personas.  Independiente a la situación que requiera, o aquello que nos impulsa a tomar una determinación. A veces la decisión es nuestra, otras nos vemos empujados a asumirla porque no hay forma de cambiarla. Lo cierto es que de un modo u otro, un adiós siempre nos determina y nos marca.  

En 1996 yo trabajaba de chica de la limpieza en una casa. Ayudaba al mantenimiento de ésta, me encargaba del jardín y del aseo de su mascota. Me gustaba aquella familia, y aunque sabía que sólo era una empleada, me sentía agusto entre ellos. Me trataban muy bien y además del respeto que les procesaba como mis empleadores, también les quería. Se termina por crear vínculos en este tipo de trabajos, cuando pasas tanto tiempo dentro del hogar de otros; les ves sufrir, se desahogan contigo, y comparten en parte sus historias. Ese a sido el único trabajo de los muchos que he desempeñado a lo largo de mi vida laboral del que fui despedida. Cuando como hoy me veo en la tesitura de padecer un adiós, el recuerdo de aquel acontecimiento termina por ser un punto de referencia que me da valor para afrontar el momento presente. 

Llegué a mi puesto de trabajo y a diferencia de otras mañanas (la familia tenían la costumbre de desayunar todos en la cocina, incluida yo) la única que estaba era la madre, los demás no se encontraban ya en las dependencias habituales. Ella lloraba. En cuanto la vi supe lo que iba a pasar, aunque no podía ni articular las palabras para montar la frase y explicarme lo que ocurría. Sabía que una de sus hijas estaba pidiendo un aumento de paga. El conflicto familiar que creó esa situación lo pagamos dos personas: la madre que se quedó sin mi ayuda, y yo que me quedé sin trabajo. El padre me ponía como ejemplo cuando trataba de educar a su hija que tenía mi misma edad. Me constaba que cuando entraban en conflicto, en la conversación afloraba que había que valerse por si mismo con los recursos que se tuvieran al alcance. Y yo, era el ejemplo que su padre le ponía delante. Así que ella propuso desempeñar mi trabajo y quedarse con mi sueldo para añadirlo a su paga mensual. Así fue como eché una de las que recuerdo de las mañanas más tristes en un trabajo. Me la pasé llorando en silencio para que nadie me viera, aunque sólo estábamos las dos, cada una lloriqueando en un ala de la vivienda. Por entonces yo estaba pagando las letras de mi coche y ayudaba en casa. No sólo fue duro enfrentar la angustia que se padece cuando te ves sin trabajo y con facturas que saben que llegarán. Fue el bautismo a formar parte de una realidad que sería el pan nuestro de cada día. Aquello me ayudó a entender que nadie es indispensable en ningún sitio. Que no importa lo bueno que seas en algo, o lo bien que desempeñas tu trabajo porque eso tampoco evitará que seas sustituible. Y por supuesto que hay que estar preparado para que no te pille de sorpresa una situación así nunca más. No volvió a pasar, no obstante, las despedidas y decir adiós siguen siendo una putada, independiente al acontecimiento y al nombre que portan. Podría contar muchas anécdotas de todas esas veces que me he visto en la necesidad de decir adiós, porque otros me obligaron, o me pusieron en un lugar en que no había otra opción, incluidas aquella que provoqué yo.

Una despedida dolorosa fue la de dejar a la abuelita que cuidaba en la residencia de eso hace ya cinco años. Sus sobrinos tomaron la decisión y yo no podía hacer nada ahí. Pese a que ella se aferró hasta el último momento a que su niña no la dejaría allí. Duele, duele como cien mil infiernos no tener poder sobre otros para obrar y buscar una salida justa. Murió a los pocos días de ingresar en el centro. Todavía siento sus manos arrugadas, tenía 99 años, agarrando las mías con la fuerza que le quedaba y diciéndome: "¿Seguro que sólo son unos días? ¿Vendrás por mi, verdad? No me vayas a dejar aquí". Es curioso como te golpea la vida a veces. Yo jamás haría eso a mi padre. Pero me vi obligada a vivir ese momento, fueron otros una vez más los que me empujaron a ello. Recuerdo que mi amiga al ver como lloraba cuando se lo conté, me preguntó porque no dije que ese no era mi trabajo y que no iba a acompañarla a ese sitio. En aquel momento pensé que no podía dejarla sola enfrentar aquello, ya que no se podía cambiar. Hubo noches en que se dormía agarradita a mi mano, yo me quedaba allí sentada en un sillón con el brazo en alto. A ella le daba miedo morirse y no saber hacia donde tenía que ir. Se imaginaba la muerte como un lugar donde hay muchas personas desconocidas y donde debía saber colocarse en el lugar correcto para llegar junto a los suyos. Me decía que le daba miedo perderse o que San Pedro no la dejara pasar, ella lo veía en su cabecita como un portero que debía ser muy estricto. Una vez la dije: "tú no te preocupes, yo voy a estar contigo hasta el último momento y ten por seguro que vas a pasar esa puerta así tenga que coger a San Pedro por la barba y hartarlo de hostias para que te deje pasar". Entonces ella se reía y me decía que así no la dejarían y yo le contaba historias de cuando me saltaba las vallas. Y le decía que del mismo modo que la cogía en brazos para pasarla de la cama al sillón le saltaría la valla. Y entonces se dormía ya tranquilita, una y otra noche... Así que imagina el dolor que me produjo aquella despedida. 

Una de las más dura fue mirar a los ojos a mi abuelo mientras me decía que no quería morirse, quizás por que sólo tenía quince años. Mirar a la muerte a la cara de ese modo, y que te arrebate de los brazos literal a tu ser querido cuesta de asimilar. Yo era demasiado joven entonces aunque nunca se es demasiado mayor para algo así. La peor, entre muchas, fue la de mantenerme como una roca y ver a mi madre en aquella camilla camino del quirófano, sabiendo que no la volvería a ver con vida. Y no decir ni mu. Me mantuve como el acero, sabiendo que iba a llegar un momento de combustión en que no podría mantener el tipo. Aunque lo hice y (.)

Hoy es un día marcado en mi calendario. Ese día en que debo decir adiós a una de las personas que no sólo ha pasado a formar parte de mi vida, también ser de las más importantes. Pero a veces el amor por si solo no es suficiente, por muy bonito que queden los versos enlazados en un poema junto a sus definiciones. El deber siempre está ahí, uno tiene el deber de mantenerse en pie. Cuando todo lo demás parece haber fallado, las personas por instinto natural frente a la propia muerte, utilizamos la resiliencia y la obligación de permanecer en pie. Y es en la agonía de esta despedida cuando más consciente soy de que los milagros siguen siendo necesarios, y no está en nuestra mano más que la determinación de afrontar el desenlace con todas las consecuencias. Al menos con suerte... por fuera sigo siendo una roca, jejeje...