OBJETIVO 22 DE JUNIO: “Alea iacta est“
"Bis vincit qui se vincit in victoria" (Publius)
No confío en los
remansos de los torrentes, y tampoco temo la fuerza de su plétora. Yo no me
amparo en la suerte, confío en mi propio coraje y la seguridad de saber encajar
las derrotas. La suerte es para aquellos que temen sufrir el fracaso y esperan
que la "providencia" partícipe a su favor. En mi modo de entender las
cosas, no hay punto intermedio, soy así, someto todo a mi capacidad de lucha y
a la experiencia de saber que me puedo levantar desde el mismo infierno. Nada,
ni nadie puede doblegar mi voluntad una vez estoy confiada en una causa y eso
conlleva no contar para tal fin con la suerte.
La semana pasada
mi vida fue de lo más parecida a un infierno. Semana de exámenes. De sobreesfuerzo
dentro de mis rutinas y mis responsabilidades. En mi vida además, eso significa que las
circunstancias van a tomar un cariz al margen de mis deseos. En cierto modo
siempre he creído que debía haber un pequeño ser con una verruga en el culo del
tamaño de su mala leche, y una varita parecida a un mando remoto con qué
divertirse haciéndome la puñeta. Basta con
mirar un solo instante los acontecimientos reincidentes, para comprender
que muy normal no son las cosas que me pasan cada vez que necesito un poco de
ayuda. Por el contrario es como tener cien personas de diferentes gravedades
poniendo sus piernas encima de mí. Es comprensible que no espere nada de la
suerte, ni de la fortuna... que es bien distinto. No puedo soñar cuando he de
tomar por los cuernos la realidad solo con dos manos y la confianza puesta en
tener fuerza y destreza para la acción.
El problema es
que soy humana (aunque a veces tú piensas que no soy normal y que soy de otro
mundo cuando me ves desenvolver y progresar victoriosa de la dificultad de mi
existencia) lo cierto es que solo soy una mujer. Limitada y a veces sobrepasada
de hormonas, que necesito mis momentos de pataletas, de berrinches, y hasta del
llanto para recomponerme. Uno de esos momentos era lo que necesitaba el lunes de
la semana pasada. Por el contrario, amanecí con una cita en el juzgado de
Sevilla. Le había dicho a mi profesor que sí, que iría a echar una mano como
testigo a un caso personal de su oficio, que requería llevar a un alumno. Y allí estaba yo, siempre presta a echar una
mano si se puede y sin pensar en mí. Mi padre amaneció con el gesto torcido,
Pepe protestando que tenía que quedarse a su cuidado, yo camino de los juzgados
sin saber que iba a pasar con esos dos... y sin saber si estaría libre para llegar
a casa antes del almuerzo. Una vez allí la espera, y luego intentar hacerlo
bien para no perjudicar la causa del profesor... pero... con la abogacía fuimos
a dar. Esos seres enfundados en togas que tan bien saben siempre que decir y en
sus frases programadas apenas existe conjugación alguna de verbos que casen con
caridad. Una sala del juzgado es como un
circo romano, en un minuto que no sabes a que instante pertenece, te abren la
puerta, te hacen entrar y te ponen delante del micro. Mientras eso ocurría yo
me imaginaba el sol en los ojos cegando, el ruido de fondo de la plebe en los
foros y el calor de la arena bajo la planta de los pies. No eran leones, pero
casi, una lucha de gladiadores intelectuales en sus materias y tú la víctima de
sus jugadas maestras. Pues eso, allí que estaba yo defendiéndome para otro con
una muy hábil abogada que prácticamente me
recriminó que si pensaba que un título de secundaria sacado en nueve
meses podría tener el mismo valor que el de otra persona que lo había sacado en
cuatro años... ¿Acaso tengo yo la culpa de que las leyes estén de ese modo
redactadas y aprobadas? ¿Hace alguien mi trabajo a pasos acelerados para sacar
adelante las pertinentes a un módulo que he de superar con nota (y no bajas
porque deseo seguir estudiando)? El sistema se
fundamenta en oportunidad para todos que luego no terminan por cumplirse como
tal. Las segundas oportunidades rara vez encuentra el apoyo que requiere la
causa. Y entonces te encuentras más solo que amparado, ni lo instituido, ni la
suerte te auxilia, es el coraje que le eches lo que te sacará victorioso. Le
dije que la respuesta la tendría en septiembre ya que tenía pensado
matricularme en junio en el bachillerato de Humanidades. Y seguí mi camino. En
dos horas tenía que llegar a casa, superar el almuerzo (mi viejo no hay ya por
donde cogerlo a la hora de comer) y estar en el IES Virgen de Valme para mi
examen de ámbito de comunicación. Casi na'.
Llegué al examen
con el tiempo muy ajustado. Sin haber podido almorzar. Estresada por la
situación en casa. Sin aire acondicionado en el coche y un día de calor fuera
de lo normal en Sevilla en esta época del año, aquí cuando la caló aprieta, lo
hace y (.) Tampoco había podido repasar un poco antes de salir para el centro. En
fin... llegué, me senté en mi sitio, y digo mi sitio porque siempre suelo
sentarme delante junto a la ventana, es costumbre, soy repetitiva para esas
cosas. Y cuando Concha, la profe, empezó a repartir los exámenes, comencé a
sentirme mal. Lo normal en mi es que me haga una galerna de algoritmos cuándo
voy a examen. La directora de mi centro, Inma, me dijo que es normal, que es la
falta de hábito que se entremezcla con mi propia forma de enfrentar la
situación. Pero ese revoltijo de sensaciones que se crean en los momentos
previos a un examen nada tiene que ver con lo que me pasó ese lunes. Me comencé
a sentir mal psíquicamente. Comencé a hiperventilar y supe que tenía que
dominar esa situación o el examen se me iba al carajo, así de simple. Ni siquiera pensé en cómo se me podía ver
desde fuera, si podría disimularlo o no. Lo único que tenía claro en ese lugar de mi
mente que empezaba a ser invadido por el caos, era sobreponerme antes de que
pasara la hora y completar todo lo que pudiera del examen. No lo hice. En un
momento dado la profesora se me acercó y me preguntó qué me pasaba, le dije que
me había quedado en blanco... ¿cómo podía
explicar lo que me pasaba en diez segundos de respuesta? Hice una mierda
de examen. Y eso me resultó tan arduo de encajar que me predispuso a una
aptitud de derrota para el resto de la semana. Salí de ese examen y en los
aparcamientos dentro de mi coche, con las ventanillas cerradas pese al
bochorno, lloré a solas toda mi desesperación.
El martes a
inglés llegué como quien sube el Monte Everet con prisas y sin capacidad
pulmonar. Fiambre total. Aun así saqué reaños y los dejé en tinta sobre el
examen. Cada día fue parecido, con la diferencia que yo iba a menos en fuerza y
el eco de las palabras de aquella letrada en aumento, dinamitando mi
resistencia. El jueves al llegar del examen de ámbito Tecnológico a casa, una
llamada de mi hermana puso la guinda al pastel de mi situación personal. Tenía
un problema muy gordo y que... sintiéndolo mucho porque sabía que estaba de exámenes,
tenía que traerme a casa a los niños pues no tenía nadie con quien dejarlos. En
ese momento toda la presión académica cedió. Al menos en lo concerniente a los
estudios, si tenía que hocicar frente a la derrota, qué mejor causa para
hacerlo que por los míos. Llegué al examen del viernes sin haber estudiado y
sin dormir nada puesto que mi Mentito se había pasado la noche despierta y regalándome
a ratos sonrisas y otros llantera.
Cuando empezaron
a llegar por email las calificaciones a la plataforma del aula virtual. Lloré.
Yo lloro por todo aunque no lo parezca. Tengo la fortuna y la capacidad de
llorar todavía, tanto de tristeza, de frustración, de dolor, de impotencia...
como de felicidad. Sabía que cruzaba el río Rubicón con gran probabilidad de
perecer entre sus fluviales torrentes. Pero una vez más he alcanzado la otra
orilla con oxígeno en los pulmones. Y lo que esperaba del lunes: mi primera
derrota, se convertía en un 77/100. Inglés otro 7. Sociales una de las notas
más alta 7. El siete tiene forma de bastón... me vale en esta semana que será
difícil de borrar de mis recuerdos por lo complicada que ha sido en muchos
ámbitos ajenos a los estudios y que emocionalmente tanto trabajo me está costando superar. Aún tengo un par de notas que recibir... la suerte está
echada, pero no ese tipo de suerte que cree en agentes externos. Vales lo que
cuesta tu esfuerzo, no hay más. Ese es la diferencia que conozco entre valor y
precio. Y lo aplico a todas las facetas de mi vida, no poseo más vuelta de hoja. Si hay que
cruzar, se cruza, aunque llegue cadáver a la otra orilla. Pero créeme... no
meteré ni el dedo gordo del pie en el agua para nada.