La más pataletas, la mamá más imperfecta.


«La juventud se desvanece, el amor merma, las hojas de la amistad se secan; la esperanza secreta de una madre sobrevive a todo.» (Oliver Wendell Holmes)


     Quienes me conocen dicen que soy una buena madre, yo tengo serias dudas al respecto, quizás porque siempre me he comparado con la mía y yo no tengo su paciencia, ni su tacto suave, ni su dedicación continua. Con mi hermana Marichu hice el primer rodaje, mis hijos sufrieron la experiencia de una madre imperfecta que ya conocía sus debilidades y que sufría como una posesa por no saber hacerlo mejor. Ser madre requiere una continuidad, un equilibrio, un control medido de cada circunstancias 24 horas al día, 365 días al año, y una madurez impertérrita. Yo soy la eterna cría pataletas de los experimentos y de la improvisación, que a menudo olvidaba darles la merienda. Que los dejé antes de tiempo usar cuchillos y pelar su fruta, o comerla con la piel; y por esa regla se comieron hasta los melocotones con ella. Esa soy yo, que nadie se engañe.

     Pero también la que se reitera y pare a dolor cada día a un niño de 72 años y  sabe ser madre adoptiva de todas sus necesidades, sin echarme atrás. Justo para lo que nunca he tenido ningún talento materno especial. Porque he fomentado a mi prole a valerse por si mismos y cuanto antes mejor. Jamás he tenido paciencia para hacer dos días lo mismo y menos para ir al ritmo de nadie. Esta mañana me encontraba en la mesa de mi cocina comedor con la oficina montada. Desde que empecé a estudiar me adjudiqué ese lugar de la casa, pues hoy lo tenía petado, con portátil, impresora, apuntes por doquier impresos y llega mi padre y se me sienta enfrente. Lo veo hurgar en el lapicero y sacar un color naranja, le miro por encima de la pantalla sin decir ni una palabra. Sonrío. Mientras sé lo que va a hacer. Es hasta gracioso verlo en mi cabeza antes. A él le encantan los colores llamativos, por eso cogió ese color en lugar de un lápiz o un bolígrafo. Entonces en lugar de pedirme un papel pilló del rollo de cocina un pliego, mirándole ya no pude aguantar la risa. Bajé un poco más la pantalla y le pregunté: "¿Papá qué vas a hacer?" Él estaba intentando escribir en la servilleta. Le alargué la mano antes de que empezara a hablar pidiéndole los artilugios. Él me dijo: "creo que ya no me me acuerdo de como se pone mi nombre, y tampoco meterlo dentro del cacharro ese". El corazón se me apretó y sentí una infinita ternura que me desarmó y unas ganas de llorar que me nublaron la vista un instante breve. "Anda dame ese lápiz, y la servilleta también, con eso no vas a poder escribir nada". Entonces le di un boli y le arranqué una hoja al cuaderno de lengua.

     Mi padre es analfabeto. Solo sabe escribir su nombre. Y lo que me quiso decir esta mañana es que no se creía capaz de meter su nombre dentro del rectángulo que en comisaría le pusieron cuando hace unos meses renovó por última vez su carnet. Yo sabía que se refería a eso desde que empezó. Fue por ello que se me dispararon las emociones. Le conozco  como si realmente lo hubiera parido. Entonces le vi poner su nombre, con esas letras que para mi son únicas y que tan bien sé falsificar. Mi madre se echaba a morir cuando había que ir a arreglar algún papel y mi padre nunca quería salir de la parcela, así que... ahí estaba el desastre ético para salvar la situación. Pero al ver las letras temblonas y la falta de la mitad de ellas en el nombre y apellido... me rompí. Haciendo de tripas corazón le dije en plan chusma: "anda trae, trae... que te has comido la mitad de las letras. Te voy a tener que llevar conmigo a las clases y que te enseñen allí". Entonces le escribí su nombre y su apellido bien y él se puso a copiarlo en columna hacia abajo. Cuando lo había repetido unas seis veces, le alabé lo bien que lo estaba haciendo y solo entonces que garanticé que si podía, le hice un rectángulo pequeño y le dije: "Y ahora intentalo dentro, verás como sí puedes hacerlo" y mi padre me dijo que eso era lo que le había pasado en el médico, que le habían puesto una tabla de móvil y no podía escribir dentro su nombre y que le hicieron repetir un montón de veces para nada porque se le salían las letras. Había confundido tres situaciones, el médico, la pantalla táctil de firma del banco, y lo que le pasó en la comisaría que al no poder firmar le cogieron solo la huella. Se llevó un ratito allí conmigo repitiendo su nombre y luego también lo consiguió con la rúbrica. Mientras yo no sabía si me sentía como una hija orgullosa o una mamá satisfecha del trabajo de su hijo.


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papá - CC by-nc-nd 4.0 - Sacramento Rosales Garcia