El viaje de la heroína.


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"Si quieren que algo sea dicho, pregúntenle a un hombre. Si quieren que algo sea hecho, pregúntenle a una mujer" (Margaret Thatcher)

    Nació al calor de la fragua, primogénita del legado "del golpear del martillo en el yunque", sin un hermano varón para recoger la cesión. La hija del herrero tenía todas las estrellas del firmamento afiliadas a su propio destino. Y éste siempre llega. El tañer del metal... como canción de cuna. La fuerza del fuego... como sostén a la línea de la realidad y sus propios sueños. Apenas dejó las muñecas aparcadas en el diván de su dormitorio y ya lucía el delantal de cuero con guantes de piel curtida a juego. Nadie del condado, ni de territorios más lejanos de la circunscripción, escapaban al sonido del eco que la hija del herrero provocaba en aquellos que la conocían. 

       Ella nunca tenía tiempo para nada que no fuera sacar el trabajo de encargo. El deber, el compromiso, el único medio de vida que había conocido y en el cual no había cabida de abjuración. Cansada de escuchar la frase que el resto de los resignados usaban: Si has nacido para martillo los clavos te caerán del cielo. Ella era más de poner sus esperanzas y sus metas en el crisol de la fragua que todo lo purifica y lo renueva. Pensaba que solo lo que renace del fuego podía poseer una vida nueva. Y ella no quería otra vida que la que había elegido, el tropel continuo de doblegar lo que oponía en su estado más puro resistencia, solo trabajo básico de muy buena calidad. Así pasaron muchos septiembres y se hizo mayor.

     Un día apareció en su comarca un apuesto caballero, parecía noble pese a la sencillez de sus modos y su enjuta vestimenta que solo mostraba la calidad del material sin mayor ostentación. Venía de muy lejos atraído por lo que había visto en la calidad de las armas que portaban algunos conocidos. Las referencias lo llevaron hasta la herrería. El encuentro de la hija del herrero con el caballero fue para ambos de sorpresa, ninguno esperaba lo que el otro tenía en mente demandar u ofertar. La mujer ofertaba un trabajo a conciencia, sólido y recio para soportar la batalla más ardua. El caballero demandaba que además de ello, la espada fuera de refinada filigrana forjada en los gavilanes, tallado un emblema en la acanaladura, con relieve mate en la empuñadura, pomo perforado y la guarda tallada en semi relieves de flores de Lís. La suma ofrecida por el trabajo superaba todas las expectativas de lo que la mujer hubiera calculado por un trabajo de forja, pero los conocimientos requeridos para su realización escapaban a los que poseía.

     Ella se hundió en horas de desesperación al ver tan cerca un trabajo con el que había soñado toda su vida y sentir tan lejos la posibilidad de poderlo realizar. Entonces para su sorpresa resultó que el hombre no le puso fecha de caducidad a su encargo. Se marchó por donde había llegado con la única garantía de que cuando el encargo estuviera realizado volvería a recogerlo. Y ella quedó en cierto modo desconcertada y hundida, formulando cientos de preguntas que nadie le podía responder. Y pasó el resto del tiempo golpeando con toda la rabia de su frustración sobre el yunque en la fragua. Al terminar el día, seguía sin saber cómo hacer frente al reto que el desconocido le había pedido realizar. No solo era el desafío de un trabajo de artesanía que ella desconocía, era mucho más. Fue el modo en que se sintió frente a la naturaleza masculina. Nunca nadie la había hecho sentir inferior y tampoco nunca ella había sentido la necesidad de ser otro tipo de mujer, ni tener otras cualidades.

     Aquella noche se fue a dormir atribulada. Había una escuela de forjadores en la ciudadela, y aún tenían el plazo de matrícula abierto. Ella deseaba probar desde hacía tiempo, pero hacerlo era destapar una realidad que escapaba a su control. Ni siquiera sabía si podría conseguirlo y si lo hacía... si se sentiría ella misma después de la transformación. Porque aquella decisión, implicaba cambios que no estaba segura de querer asumir realmente, corría el riesgo de convertirse en otra persona muy diferente. No podía justificar sus miedos, tampoco negarlos... Lo que había sentido en esos escasos segundos de conversación con el desconocido, era lo más real que había vivido desde que tenía uso de memoria. Se durmió y esa noche el espíritu de su antepasado, el primer herrero de su dinastía se le manifestó. "Debes seguir los impulsos de tu corazón, no tengas miedo a arriesgar, a mejorar, a alcanzar metas que un día se te negaron... no tengas miedo  a ser quien eres realmente".

     Un mes más tarde subía la escalinata de la escuela de forjadores. Le temblaban las rodillas como si fuera una jovencita inexperta. Tenía una limitada idea de lo que allí dentro impartían y sabía que al principio le iba a costar, por otro lado se sentía segura de poseer el talento necesario para alcanzar su propósito. En la primera clase de teórica descubrió que aquello sería una bravata mayor a lo esperado, era la única mujer.  La lucha de titanes interna que se originaba no era nada comparado con lo que iba a acontecer. Ella buscaba ser la mujer que se había negado y de pronto se encontraba sola como único referente dentro de un grupo de forjadores todos varones. Los siguientes meses fueron muy duros. Una competencia real con el resto de sus compañeros intentando abrirse camino en un mundo de hombres, era lo mismo que había realizado en su taller durante toda su vida. Solo que esta vez solo era la herrera, una mujer imponiendo su verdadera naturaleza sin el aporte, ni la influencia de un linaje.

     A mediados de abril llegó un mensajero con una carta del caballero, le hacía saber que seguía a la espera de recibir el aviso para poder recoger su encargo. Llegó justo en el momento en que la herrera se sentía más vulnerable intentando sacar adelante el diseño de los gavilanes. Llevaba días con la idea de la renuncia pendiente de un empuje de determinación que terminó por desvanecerse al ver el final de la misiva y como estaba firmada por el Marquis of the twisted tail. Era un noble conocido por su fama de buen espadachín y galán. Y fue entonces, al reconocer la identidad del caballero cuando a ella se le desataron todos sus infiernos. No era solo su afán de superación lo que la empujaba al conocimiento y a querer realizar un trabajo brillante que fuera conocido por muchos, más allá del entorno donde su trabajo de forja tenía un nombre y un marchamo. Ella quería su propio sello, como herrera y como mujer. Y tenía una oportunidad de conquista delante que la retaba y paralizaba a un mismo tiempo. Un Marqués era apuntar muy alto se dijo. Pero una cosa tuvo claro, antes de que terminase el año sería su espada la que empuñaría la mano izquierda del Marqués. Y el resto de las hazañas que contaran de éste, llevarían la firma de una espada que se haría también conocida por no poseer congénere y llevaría grabado en la acanaladura "Megan la herrera". 



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