OBJETIVO 22 DE JUNIO: ahora lo sé, sí... se puede.


"Nada sobre esta tierra puede detener al hombre que posee la correcta actitud mental para lograr su meta. Nada sobre esta tierra puede ayudar al hombre con la incorrecta actitud mental" (Thomas Jefferson)

     Ayer terminamos las clases del primer trimestre. Ni siquiera pude ir a clases con mis compañeros con los que tenía la despedida de trimestre. Por la mañana tuve que llevar a mi padre a la revisión de neurología que se la han tenido que adelantar... tienen que cambiarle la medicación, aunque antes deben ver como tiene el corazón para ello, es demencia senil lo que empieza a ganarle a pasos agigantados la batalla y van a ver que se puede hacer por frenar un poco la carrera. Los daños colaterales del ictus hemorrágico solo complican el acelero del deterioro en su cerebro. Para quienes me conocéis y sabéis lo que significa mi padre para mi, sabéis que nada está por encima de atender a mi padre en este momento de mi historia. Ni mis hijos, ni Dios que me lo dijera.  Lo que para mi es el deber, no se puede anteponer a ninguna circunstancia ni sentimiento. Por eso cada tarde cuando salgo a las clases, voy sometida por el sentimiento de culpa. O como ayer, que mi padre estaba todo revolucionado por haber cambiado su rutina en la mañana; y los ánimos no estaban en casa muy suaves como para dejar el cargo de acompañar a mi padre a nadie. El caso es que me quedé sin ir, aunque tenía ganas de estar un ratito de fiesta con mis compis. Pero otras veces tengo que hacerlo, dejarlo al cuidado de otros y asistir a clases no me basta haber renunciado a mi trabajo y a mi vida por estar pendiente de él. Cada día me sigo sintiendo culpable cuando le dejo en casa para ir a estudiar. Nunca lo digo, pero así es. Siempre es igual. A sido así toda mi vida. 
    
     Me he sentido culpable siempre que no hacia lo que se esperaba que yo debía de hacer. Empezó a pasar cuando salí del colegio con catorce años y en lugar de seguir estudiando tuve que ayudar en casa con la situación que teníamos con el abuelo. Cuando dije que no iría a estudiar y que me quedaría con él, nadie lo evitó. Mi madre estaba tan saturada que debió de ver el cielo abierto, no la culpo, ella solo era una victima más de las circunstancias. Ahora, serena, pienso que aquello me marcó, me quedé de algún modo marcada por aquellas experiencias que viví y ya seguí un camino que marcaba mi propio modo de ver las cosas o entenderlas. Y terminé por elegir la renuncia a perseguir mis sueños, aparcándolos, por cumplir cosas para los demás. Y lo hice con gusto. Pero me consta que perdí muchas oportunidades y me fui quedando anulada a ser una maquina de ganar dinero y de cuidar de los demás. Y mi curiosidad y mis ganas de aprender se quedaron como una Ayalga maldita encerrada en una cueva a la que no permitía que entrara la luz. 

     Tenía miedo. 
     Lo tenía y lo tengo. A encontrar el empuje para intentarlo y descubrir luego que no soy capaz. Que no soy tan lista como otros me ven. O que simplemente ya pasó mi tren. Llevo toda mi vida escuchando a personas que me dicen que tengo talento y que es una lástima que no lo pelee y lo conquiste. Pero es que... tengo miedo y esa es la puta verdad. La niña que no teme enfrentar las circunstancias con la inocencia como escudo. La mujer que no conoce la palabra rendición cuando está echando el hígado por la boca de rodillas en el suelo. La que sigue en pie cuando hasta las ganas de vivir la abandonan. La misma... tiene miedo. Sí, lo tengo. Un miedo atroz de no ser capaz de cumplir mi sueño. Y por eso nunca volví a cursar mis estudios académicos. Y lo aparqué en un lugar donde nadie llegase y pudiera joderme, ya fuera con su buena voluntad o sin ella. 

      Y entonces llegó Juan, y me llamó fracasada, y tonta baba. Y me dijo que no le daba lastima de mi, que tenía lo que me merecía por cobarde. Y juro por Dios que quise que se tragara sus putas palabras, pero no pude. Él me dijo que le demostrara que no era una fracasada, que me matriculara en la universidad para mayores. Aquello me mató. Otro que pensaba que mi nivel era más alto. Esa ignorancia suya de mi realidad fue lo que más me dolió. Me había dicho todo aquello aún pensando que mi nivel era más alto. El muy cabrón se iba a partir el culo de la risa cuando se enterase que solo tenía una EGB. Le dije que lo iba a intentar pero que no creía que pudiera llegar a matricularme en la universidad. Me trató mal, me dijo que a él no la saliera con escusas, que con quién me creía que estaba hablando. Me removió hasta los cimientos y le grité con toda la mala ostia de una vida de cobardía y resignación. Él ni se inmutó. Solo dijo que quería verme intentarlo desde donde fuera que tuviera que empezar. Le vi no como a mi amigo, si no como a un dominador en potencia que me iba a borrar del mapa. Lloré lo que no podría contar y fui a echar la matricula para la ESPA. 

     Estos tres meses ha sido un cambio bestial en mi modo de entender las cosas, de clasificar, de afrontar. Si me hubiesen asegurado alguna vez que yo daría el paso en un momento de mi vida tan decadente, jamás lo hubiera ni siquiera imaginado. Cuando di el paso estaba al límite de todo, mi estado psíquico al limite de perder el control, bombardeado por esos putos pensamientos suicidas que se acuestan y se levantan siempre conmigo. La relación en casa con mi marido y mis hijos más de lo mismo. La perdida de mi madre. El eclipse de mi héroe, mi padre. Los problemas de mi hermana y su familia, que también son los míos. Y un largo ect con el que cualquier dramaturgo haría encaje de bolillos si le prestara para guión mis circunstancias. 

     Hay días que he salido de mi casa llorando hasta que he aparcado en la calle del centro de estudios. Momentos en que he querido dejarlo y buscarme una escusa aceptable para no seguir intentándolo. Para colmo todos los míos diciendo lo orgullosos que se sentían de verme intentarlo. Todos convencidos de que podría conseguirlo. Una presión que no sé si me es la culpable, o si solo tengo yo la culpa. Pero lo cierto es que he entrado en pánico muchas veces. Me he bloqueado y he sido incapaz de seguir las clases. He llegado a salir después de tres horas muy cabreada de vuelta a mi casa, sin haber entendido nada y decepcionada conmigo misma. Al subir a mi coche me he desatado en llanto y he llegado a casa para seguir con mis responsabilidades. Me lo he currado un huevo acostándome de madrugada un día y otro estudiando, porque mis inseguridades me cerraban la puerta y no me dejaban pasar nada. Y he tenido que respirar entre las palmas de las manos yendo a los exámenes sin recordar nada de lo que me sabia unas horas antes. Cinco asignaturas en tres ámbitos. Cualquiera puede con algo así, me decía a mi misma, sin entender porque entonces yo me bloqueaba tanto. 

     Hoy tampoco pude ir a ver las notas, Iván un compañero de clase las subió a nuestro grupo de WhatsApp y al verlas... lloré, grité, pegué saltos y me reí entre lágrimas. Ámbito de Comunicación (lengua e inglés) 8, notable. Ámbito de Sociales 9, sobresaliente. Ámbito Científico-Tecnológico (mates y ciencias) 10, sobresaliente. Ahora lo sé, sí... se puede. Puedo y quiero seguir intentándolo. Nunca es tarde para intentarlo. Nunca los miedos son lo suficiente fuertes para impedir que avances. Recuerdo que en mi primer examen me tuve que agarrar sentada a la silla porque creí que me caía estando sentada. La cabeza me daba vueltas, veía borroso y  comencé a dar arcadas. Ojalá nos hubieran dejado los móviles para que alguien me hubiese grabado. Un trimestre entero de ser  al mismo tiempo mi propio obstáculo y el empuje. Pero sabes, cuando hoy pasado el momento de la euforia de ver que si se puede. Me puse a repasar la lista y buscar a mis compañeros del TAE I del Palmarillo. Cual no sería mi sorpresa al descubrir que junto a  mi compañero de clase Óscar. Tenemos la tercera mejor nota de 136 alumnos de dos centros. No me lo podía creer. Me puse a mirar la lista folio por folio y así es. Fue como sentir que el mundo se paraba para mi sola, pero esta vez para que pudiera sentirme segura y no con ganas de meter la cabeza bajo tierra. 

     Te lo voy a decir solo una vez: que nadie te diga nunca de que eres capaz o  de que no. Ni tú mismo, sin antes intentarlo. ¿Me lees bien? Ni una idea, ni una intuición, ni un pensamiento... nada de eso vale. Un dato confirmado. Léeme. Un solo dato corroborado... y podrás mover el mundo interior que hay en tu cabeza y éste en que vivimos. 
     
     No te rindas sin antes intentarlo.