Dream.

My Mother Drives Me in the Rain, 2000  Elinor Carucci

"Nunca desesperes. Pero si a ello llegas, sigue trabajando a pesar de la desesperación".
(Edmund Burke)

   Voy conduciendo a media velocidad. El malestar que siento interior llega a tal estado que no hay un átomo de las moléculas que forma mi cuerpo físico que no me duela. Hace kilómetros que el dolor del alma pasó la frontera existencial y acampó a sus anchas en mi materia. Se desbordó y ajeno a mis reflejos de secar y eliminar rastro, forman surcos negros que se han perdido por el escote del jerséis tras marcar la piel del cuello. En un momento "x" la carretera pierde su norte. La lluvia se fusiona al parabrisas junto al resultado de mi llanto... todas las señales parecen iguales. Sigo el rumbo de la dirección sin cambiar el sentido de la marcha. Velocidad constante, sin aminorar aún en los tramos de curvas. 

     Voy en mi viejo Ibiza, soy veintisiete años mayor... quizás sea por eso que lloro y no estoy cantando. No puedo perder el tiempo, ni la concentración, atrás he dejado una vida entera, antes de salir huyendo los maté a todos. Y ahora es la potencia que eleva la base a un mayor exponente de culpa... duele, no hay otro resultado posible. 

     Voy intentando reconocer el camino transcurrido, lo miro por el retrovisor interno. Llevo una estela de melancolía marcando mi trayectoria, una polución capaz de contaminar más que el cómputo total de los vehículos de combustión que expulsan monóxido de carbono. Una polución tal... que abastecería todos los bancos de semen del planeta del mismo modo que contaminaría la tierra. Esa si soy yo. Con veinte, con cuarenta, con las manos limpias, con el corazón manchado, la mente abierta, la voluntad marchita. Sé mi destino, no preciso de navegador. 

     Voy subiendo el cambio de rasante, conozco el pueblo que hay tras la bajada del río. Mi destino me espera en esas calles, lo he sabido desde niña. La felicidad dura poco. Apenas doscientos metros. Hay un tambor sonando en mi cabeza. En mi corazón. En el interior del habitáculo. Nadie ha cambiado la emisora, el Billie Jean sigue sonando y Michael sigue vivo. Solo yo he crecido. Entro en el pueblo, nada a cambiado desde la última vez, entonces eramos los que ya nunca serán. Y sé que allí la encontraré. Llamo a la puerta, me abre mi tía y mi madre está justo ahí con la sonrisa que la caracteriza. Ajena a toda desdicha. Feliz. 

     Voy a tirar la casa por la ventana en despropósito. Voy a seguir el impulso de mi corazón así termine en un exterminio colectivo. Voy a ser egoísta, prepotente,  y voy a mirar solo por mi. Su sonrisa se desdibuja en la medida que mi voz comienza a subir de nivel pero solo ella parece oír el tono de desesperación. Yo ni siquiera me escucho. ¡¿ME VAS A DECIR DE UNA PUTA VEZ CUANDO PIENSAS VOLVER A CASA? TU NO ME PUEDES FALLAR JODER, TU NO, ERES MI MADRE, TÚ NO. QUIERO QUE TE MONTES EN EL COCHE AHORA MISMO Y VUELVAS A CASA!

     Voy conduciendo a media velocidad. En un sueño que nunca termina, ni llega a ser pesadilla, ojala. Pero no lo es. Siempre me deja la lucidez y el valor suficiente para conducir en linea recta en paralelo con la mediana y la linea de arcén. Velocidad constante. Voy llegando. No se cuanto tiempo me queda por invertir, pero llegaré. Conducir es lo que mejor hago en esta vida y llevo el maletero de las emociones cargado con mis sueños mientras atravieso el país del Averno. Mi madre se queda atrás, en mejores territorios, donde nadie ya puede desdibujar la sonrisa de su rostro.