Las buenas obras siempre engendran cosechas rentables.



"El conocimiento descansa no solo sobre la verdad sino también sobre el error" (Carl Jung)

Con diecisiete años cogí mi primer grupo de catequesis. En abril ese mismo año me había confirmado y cinco meses después en la hermandad de la Amargura de donde era hermana y había cursado mis catequesis, comencé como catequista. Fue mi primer grupo, recuerdo detalles concretos de aquellos pequeñajos a los que yo no llevaba tantos años como he llevado a otros en los últimos años de dar catequesis. Muchos han sido los grupos a quienes he dado catequesis, y de diferentes materias, pre comunión, post comunión, confirmación, grupos de adolescentes y de adultos. Y en cada uno de aquellos grupos en los que me he visto con la responsabilidad de ser conector entre el Espíritu Santo y ellos, lo he intentado con las mismas ganas e ilusión de aquella jovencita adolescente que se enamoró locamente de Jesucristo. Aquella que quería ser monja para vivir el resto de su vida solo de cara a su Amado. 

El destino y las elecciones que luego tomé, me han llevado a ser una pobre diabla combatiendo siempre mi lado primitivo y egoísta, en favor de la Verdad que conozco y que vale más que todo el resto de mi existencia. Podría decirse que he pasado de desear ser la esposa perfecta, a ser la amante descarriada que siempre vuelve a los brazos de su Amor primero. No sé si esto pueda malinterpretarse, pero es mi verdad más absoluta. Pese a mi misma, a mi destino, a mis elecciones, a mis propias limitaciones, amo a la Persona de Jesucristo por encima de cualquiera de mis intereses personales y por Él y por transmitir su mensaje, soy capaz de ser juzgada, hasta la cruz si así se me terciara. 

A lo largo de mi vida, por ser fiel a dos cosas... a mi misma y al amor que engendra en mi la Palabra de Cristo, he tenido mucha persecución. Lo primero de lo cual te señalan es de tener una doble moral. Porque te ven hacer cosas que nada tienen que ver con la doctrina católica. La gente no repara en que el católico es un individuo que camina tras los pasos de sus Maestro, sin dejar en ningún momento de ser él mismo. Puedes errar en tus propios pasos, cometer el mal y alejarte de la trayectoria del Maestro. Pero si el amor que te hace sentir Él perdura, tus pasos se aligeran, cambian la trayectoria tomada y vuelves a alcanzarlo. Él siempre está encantado de caminar junto a ti. Aunque como yo, seas un mojón de acompañamiento. Dios está por encima de todos esos prejuicios, siempre valora, aprecia tu caminar junto al suyo cuando así lo eliges. 

¿Porqué digo esto? Porque a veces me desanimo cuando veo el modo en que las personas reaccionan al ver que eres católica. Me refiero a personas que no te conocen bien. Que de pronto coincides con ellas en diferentes ámbitos de la vida social y descubres que les caes bien. Pero de pronto al ser testigos de tu profesión de fe, observas como sus actitudes hacia ti cambian. No hace mucho, alguien me dijo algo así como: Me pregunto como alguien como tú puede ser tan puta y tan santa a un mismo tiempo. 
Si te soy franca, lo que menos me importa es lo que piensen los demás de mí, incluso en situaciones de juicios. Porque yo sé quien soy y no se trata de ir dar dando explicaciones a nadie de mis razones. Uno es el computo de sus elecciones. Y no se pueden aislar unas de otras. Yo simplemente opto por ser quien soy y partiendo de ahí mantenerme junto a la Verdad que conozco y he podido experimentar gracias a la fe que Dios ha decidido permitir que yo descubriese. Jamás intento aparentar algo que no soy, porque solo me mentiría a mi misma. Soy una persona con debilidades normales, como cualquiera, me gusta el sexo, los vicios, vivir la vida loca y probar cualquiera de mis límites. Y ser así me ha llevado a descubrirlo a Él. Vivo en el mundo, donde todo me empuja a perder el sentido de mi realidad y donde la oferta del "viva la Pepa" es la orden del día. Admiro a los que saben mantenerse en su lugar con relación a la fe. Yo... soy un desastre. Pero eso si... soy un buen transmisor de esta. Soy una catequista buena, y buena de verdad, no lo digo yo, lo dicen los demás. Porque si de algo se hablar y transmitir bien es del modo en que Dios ama a sus criaturas más allá de las propias debilidades de estas. Lo tengo muy explotado en mi propia persona. Y sé como centrarme en contarlo sin pamplinas cuando debo ser instrumento y dejar de ser la cabra montesa para ser solo la gacela de mi Señor.  Mis progenitoras, mi madre y mi abuela, tuvieron mucho que ver con su ejemplo, en esta faceta de mi modo de enfrentar al mundo sabiendo ser y dejándome hacer. 

Esta semana, en mi primera clase de ámbito de la comunicación. Antes de empezar la clase y mientras llegaban el resto de alumnos, la profesora, Valme, se me acerca y me hace una pregunta. El mundo se detuvo un instante de esos en que la vida merece la pena y sabes que hiciste lo correcto en un momento determinado. Y es donde descubres que las buenas obras siempre dan cosechas rentables, aunque sean veinte años después. La alegría que me proporcionó descubrir que mi profesora de Lengua también me había reconocido, dio una paz y satisfacción a mi alma. Que calma y cicatriza todas las heridas que se  han producido en diferentes etapas de mi vida por dar testimonio de mi fe, siendo yo un puro desastre y punto de contradicción. No sé si me explico. 
En ocasiones, te preguntas por aquellos niños que sus padres un día eligieron poner bajo tu confianza para que les ayudases a descubrir la fe. Te planteas si realmente conseguiste ser un buen instrumento del Señor y dejaste en sus corazoncitos alguna semillita que a lo largo de sus vidas Dios hiciera fermentar para el bien común del resto de las personas con que se relacionasen. Y entonces te los encuentras un día y los ves convertidos en personas de bien y te preguntas si acaso te recuerdan. Y como no deseas que la vanidad aporte ningún mal abono, callas y confías en que es Dios, el último responsable de hacer que el bien se manifieste para que ellos puedan reconocerlo y elegirlo. Y entonces la niña pecosilla, de sonrisa tímida y ojillos claros, que le costaba hablar en el grupo de catequesis. No solo se ha convertido en un adulto que educa y ayuda a personas mayores en su formación. Resulta que te ha reconocido y se acerca a preguntar si eres la persona que le dio catequesis. 

En esos momentos lo último que te preocupa es saber si sigue con inquietudes religiosas. Porque Dios es mucho más que eso. Dios es Aquel que tiene capacidades para adaptarse a la eternidad y a todos los ámbitos de la existencia humana; y hacer el bien dentro de las personas para que estas lo fomenten, el modo... es lo de menos. Lo que importa es el bien común, amar al otro en tu forma personal con que trabajas para los demás, tiene un aprobado alto (.) no hay más. Lo demás son teóricas muy retorcidas. Que a ciertos niveles son necesarias, no seré yo quien reste valor a la teología... pero Dios, ¡¡ay!!... Dios es práctica, es acción, es continuidad, es día a día. ¡Es una pulga saltando de un cuerpo a otro y dando picatazos! Eso es Dios, y es continuo y eterno. 

Me fui de clase satisfecha esa noche, aunque mi momento de exponer el tema en la pizarra fue un puro desastre y volví a salir con una paliza en el ego y la vanidad toda pisoteada, jejeje. 

De vuelta a casa en el coche, me emocioné y admito que hasta lloré, y bastante. Al recordar el día que enterraron a mi madre. De ella puedo decir que no era un ejemplo bueno de mujer cristiana, ni siquiera iba a misa. Cualquiera hubiese podido decir  al verla, que era una pobre loca que seguía las misas por la tele y que se arrodillaba junto al sofá durante la Consagración para poder levantarse luego agarrada a éste. Era rencorosa, como duro el canto de una loza de granito. Pero debió sentirse muy amada por Dios porque era una buena persona y siempre supo manifestar que detrás de sus buenas acciones estaba Él. La mañana de su entierro pude comprobarlo. 

Yo había tenido un problema con mi teléfono y la sim  y había perdido todos los números de la agenda. Dentro de lo que fueron aquellos dos días de quirófano y muerte, también tuve tiempo de pensar en que no podía llamar a nadie para decir que se había muerto. No tenía ni un número, ni capacidad de recordarlos. Aunque si te soy sincera, lo último que me apetecía era barullo. Quería enterrar de una vez a mi madre y llevarme a casa a mi padre para seguir adelante. Y si era en la intimidad, mejor. Pero entonces ocurrió algo. Nosotros solo somos dos hermanas y mi Chus estaba más o menos como yo. No había llamado a nadie. Pero por la mañana comenzó a llenarse el tanatorio de personas, demasiadas para mi apreciación de lo que que podían haber asistido incluso llamándose. Hubo una cantidad de personas impresionantes que yo no conocía de nada. Y que luego hablando con mi hermana y mi padre, resultó que ellos tampoco. Y fue ahí donde comprendí esto que te comento sobre las buenas obras y que dan su fruto. Porque yo soy arisca al cumpli-miento, si siento tu dolor, voy y te lo digo y te diré mi verdad, que rezaré por ti para que te vaya mejor porque yo creo en el poder de Dios sobre los acontecimientos y el ánimo de las personas. Pero soy acérrima enemiga del postureo y del hay que ir a cumplir porque es lo que toca.

Cuando vi la cantidad de personas que vinieron a acompañarnos, comprendí que no eran del postureo, ni siquiera venían a cumplir con mi familia. Si no con mi madre que ya no estaba. Personas del barrio con las que apenas ni tengo relación, personas a las que mi madre por lo visto les compraba productos: como la chica de la tienda naturista, que yo no sé ni donde tiene la tienda y que me dijo quien era. Que se había enterado por otra clienta y había cerrado la tienda un momento para venir. Aquello de dejó fuera de todo raciocinio, solo pude pensar que el bien, genera más bien. Un instante después se acercó otra mujer, era la masajista de mi madre, iba cada quince días a darse masajes. Yo tampoco la conocía, ni nadie. Pero es que también estaba la otra masajista, la que mi madre tuvo que dejar un año antes porque era más cara y con la otra, que menciono antes, podía ir dos veces al mes por el mismo precio. Y esta mujer, a la que había dejado... estaba allí para decirme que sentía la pérdida de una bella persona, esas fueron sus palabras. Me dijo: Hola, tú no me conoces ni yo a ti, soy la masajista que tu madre tenía. Hace como un año me dijo que había encontrado otra chica que por el mismo precio le daba dos secciones y que iba a tener que dejar de ir a mi consulta. Hace un rato me enteré por casualidad y aunque no os conozco vengo a acompañaros en el último adiós a una bella persona. Me han dicho al llegar que usted es su hija mayor, quiero decirla que su madre lo era, una gran mujer, con una capacidad de amor muy grande que dejó en mi marcas que van a acompañarme toda mi vida. Y que lamento mucho la pérdida para la sociedad de personas como su madre.  

Coño, que me tuve que tragar un nudo como una catedral, que casi rompo a llorar también yo. Y mira que en el entierro de mi madre, como en el velatorio yo no derramé ni una puta lágrima, porque no me podía permitir ese lujo. 

Ser reconocida, aunque no sea a ese nivel que lo fue mi madre... a mi me alienta a seguir en el camino correcto y apostar por elegirlo. Elegir el camino del bien, aunque yo no sea más que una pobre mujer que se deja atormentar por las  adversidades. El momento que viví en clase me hizo ser consciente de que el tiempo, que termina por influir siempre y dar sentido a muchas cuestiones que se nos van planteando a lo largo de la vida. Pone a cada cual en su lugar y en la verdad de tu propia existencialidad. Yo así lo pienso y así lo comparto contigo.