El dolor del alma purifica la conciencia del hombre.

FOTOGRAFÍA ©SEBASTIÃO SALGADO

"El sufrir es de todos. El saber sufrir es de pocos." 
(Padre Pio de Pietrelcina)


¿Quién no ha padecido dolor físico? Dicen las estadísticas que uno de cada tres habitantes del planeta lo sufren. Se considera al dolor como el quinto signo vital, pero al estar sujeto a sugestión e individualismo, es difícil de evaluar y diagnosticar.  ¿Dónde quiero llegar? Vamos por partes. Si ya el dolor físico es algo tan importante en la raza humana y tan difícil de peritar... ¿qué lugar ocupa el dolor emocional, el dolor del ser, el dolor del alma si ya es difícil el simple hecho de darle un nombre? Pero ese dolor llega... y es el más insufrible de todos. En su estado más agudo lleva a las personas al abismo de depresiones que no responden a medicación alguna de las que la medicina mental baraja en sus diferentes psicopatías.

Yo lo sé por experiencia propia, lo sufro, y en una etapa de mi vida casi acabaron conmigo por la cantidad de medicación que recibí, me trataron una depresión mal diagnosticada. Estuve incluso en un programa de experimentación con una nueva medicación. Nada, un mojón. A mi no me funcionaba nada de lo que me ponían, y lo que estaba era cada vez peor. Yo sabía que lo mío era otra cosa, pero cuando llegas a estar saturada de medicación, dejas de ser tú. Lo que me daban para tratarme y los diferentes cambios de medicación, solo provocaron resultados a nivel de efectos secundarios que me pusieron peor. Hasta tal punto que pasé de tener un gran dolor interior, a no poseer control de mi sistema neurológico. Los fármacos y sus efectos secundarios, no solo estuvieron a punto de volverme loca de verdad, me provocaron otras enfermedades y despertaron algunas que ya tenía ahí medio aparcadas. De esas que nunca deseas que arranquen. A lo que iba... el dolor del alma, no es fácil de discernir. De aislar de otras psicopatías, y si encima por genética (como yo) se padecen trastornos hormonales, apaga y vámonos.

Los médicos, intentan con lo mejor de sus conocimientos buscar soluciones, pero no son creadores de milagros. Yo no culpo a nadie de los errores que cometieron conmigo. Nadie es infalible por muy bueno que sea en su trabajo. Lo que ocurre que es que las consecuencias de los errores de un heladero no son las mismas que la de un cirujano. Lo que me ocurrió a mi, me ayudó a descubrir que era lo que realmente me pasaba. Y hoy, puedo afirmar con pleno conocimiento de causa que el dolor del alma purifica la conciencia del hombre. Solo hace falta serenidad, valentía para enfrentarlo, y aceptar la realidad de lo que es sin sucumbir a la desesperanza. 

El dolor físico se mide a través de una escala siguiendo una regla nemotécnica. Se suele preguntar sobre: la aparición, la localización, o la intensidad, las características, la irradiación, los agravantes y atenuantes. Los dos últimos dan idea de las causas que aumentan o disminuyen el dolor, dan los datos importantes que ayudan a conocer el origen del dolor y determinar las pautas de su tratamiento. Después de evaluar esa parte se necesita pasar esos datos a cuánticos. Para lo que se usan escalas numéricas y también se suele usar la escala de grises de Luesher. ¿Qué quiero decir con esto? Que todos los estudios que puedan hacernos, son aproximados. Nadie posee la fórmula exacta con que medir nuestro propio dolor.... ya sea físico o emocional.

El dolor físico en mayor medida cede a las terapias para mejorarlo o incluso erradicarlo. Pero el dolor del ser, difícilmente se cura con medicación. Ese dolor está erradicado en la propia conciencia humana, esa que nos limita y nos pone medidas por las que regirnos y ser personas. Insufla valores a nuestras aptitudes y razones a nuestras actitudes. Y una cosa es cierta, podemos ser más listos y menos listos, pero nadie escapa al dolor de la conciencia del ser. Ni aquellos psicópatas que dicen los estudios que no tienen conciencia del dolor, ni empatía. Yo apostaría a decir que un solo instante de descubrimiento de esa conciencia, les puede llegar a causar más daño y dolor interno, que toda la maldad de sus fechorías. El dolor del alma no entiende de justificaciones. Podemos estar engañados y no descubrirlo más que en alguna contada ocasión, la pérdida de una madre, el enfrentamiento a la soledad no buscada... seguro que tú ahora mismo sientes esa punzadita de dolor que te identifica uno... lo tengas o no dominado. Son muchos los estados del hombre emocional que nos llevan a ese lugar de sufrimiento interno.

Hoy he asistido al entierro de la suegra de mi primo. Era un entierro gitano, sin responso católico. Con una pequeña ceremonia del Culto de los gitanos. En otro post hablaré sobre lo que he vivido en esos momentos acercándome al mismo Dios y a alguna de las tradiciones de una raza que sigue fiel a muchas de ellas. Para mi ha sido enriquecedor en varios aspectos. Y al ver a las mujeres mayores del colectivo gitano, me acordé de mi abuela paterna. de eso hablaré en otro momento. Pero a lo que iba sobre el dolor... viéndoles reflexione sobre como nos sentimos y lo manifestamos. Ellos tienen ese modo peculiar de soltar el dolor interno hacia fuera. Hay quien no comprenderán esto y les parecerá incluso teatrero y desfasado. Lo cierto es que impone ver llorar a los hombres y romperse la garganta en lamentos, y si ves a las mujeres... uff. Yo estaba allí, les miraba... y en cierto modo sentía envidia. Porque llevo ese dolor por dentro y no tengo capacidad de dejarlo salir. La etnia gitana son una raza de temperamento emocional. Viven intensamente los sentimientos, lo mismo los ves romper por caña en su más legítima manifestación folclórica, que gritar de dolor como hoy... o romperse la camisa de alegría. La raza se lleva por dentro, arraigada íntimamente a una cultura que les diferencia del resto. Hoy lo vi tan claro, incluso llegué a preguntarme si no es la raíz de mis mayores la que me bulle en los genes.

Antes de ir al sepulcro y mientras esperábamos a que sacaran el féretro. Dejé a mi padre sentado en la sala de duelos al fresquito porque a la una del mediodía en Sevilla la caló apretaba de cojones. Le dije que esperase hasta que lo recogiera que era una tontería estar fuera en sus condiciones. Al salir me acerqué al pequeño grupo que mi primo, su mujer y sus hijos, formaban bajo la sombra de uno de los olivos de ornamentación del exterior. Carmen estaba rota y aunque no lloraba, estaba sacándolo todo por la boca en frases que parecían una letanía. En un momento dado se desvaneció un poco y empezaron a pedir un abanico. Yo he heredado la colección de mi madre, pero los voy donando en todos los entierros que voy asistiendo, parezco la tonta los abanicos.  En fin, el caso es que me acerqué y le ofrecí a su hija el que llevaba en el bolso para que le echara aire. Entonces ella, Carmen, me vio y dejó de hablar, empezó a llorar y me cogió de la mano. Y me dijo: ahora entiendo como te sientes, ahora entiendo por lo que estás pasando Mento.

El dolor de quedar huérfano de madre es letal. No hablaré de como lo siento yo, soy incapaz. Pero de pronto me vi allí con todo lo que me duele y diciéndole a ella: el dolor es necesario nos hace más fuertes y más listos... El dolor es lo único que rompe la barrera de la gran mentira de la muerte. Nos destroza, pero si sabemos mantener la calma dentro de él, también nos re-construye. Ahora debes pasar por este momento que no se le desea a nadie, pero cuando los días pasen y aprendas a aceptarlo, descubrirás a tu madre que sigue a tu lado porque no se van nunca, solo cambian de estado. Lo que te duele ahora eso es solo tuyo, solo tú sabes lo que duele y eres tú quien debes afrontarlo para que se rasgue el velo de la ignorancia.

Creo firmemente que el dolor del alma es la única enfermedad que tiene en si su propio antídoto. En él nos encontramos con nosotros mismos, nos encontramos con la verdad, nos encontramos con Dios... nos abre la puerta a un conocimiento... que no hay fórmula que lo defina. Eso sí... que duele del carajo y no te libra ni Dios. Aunque sea Él, quien se llevó la peor parte.