El fuego es la clave.




"Llegará el día en que después de aprovechar el espacio, los vientos, las mareas y la gravedad; aprovecharemos para Dios las energías del amor. Y ese día por segunda vez en la historia del mundo, habremos descubierto el fuego". 
 (Pierre Teilhard de Chardin)

Ayer hizo treinta y tres años que probé el fuego real de la noche de San Juan. Para mi siempre es lo mismo, año tras año, no creo en hechizos, en purificaciones y en todas esas cosas que la gente practica con mayor o menor ilusión durante la noche del solsticio de verano. Yo creo es la astrología, en la quietud del sol que se mueve dentro de un ciclo vital cósmico y en que hay un fuego aún mayor que el de su masa... el fuego del alma humana. El verdadero crisol donde arden todas nuestras debilidades y se forjan nuestras virtudes. Donde el sufrimiento es como un ácido corrosivo, que muere lento en la lava abrasiva de la experiencia y el conocimiento. 

Tenía diez años la primera noche de San Juan de la cual tengo conciencia. Mi abuela paterna se pasó la noche dando vueltas, cruzando de nuestro dormitorio a la cocina. Yo estaba en el salón acostada, tenía hepatitis que habíamos pillado algunos niños del pozo que abastecía al colegio. Mis padres me habían colocado mi cama en el salón frente al televisor. Y la estuve viendo gran parte de la noche caminando de un lado a otro bastante inquieta. Es el último recuerdo que tengo de mi abuela, verla salir con un yogur de limón y comérselo frente a mi sentada en su mecedora. Protestar de la noche de San Juan, decir algo en relación a ello y que vaya noche que estaba pasando, que no sabía que tenía que no se podía dormir. 

Lo siguiente que recuerdo es que había amanecido, (las dos nos debimos dormir) ver a mi padre salir de la cocina, iba a trabajar, era temprano. Esa mañana justo antes de coger la moto para irse, mi padre cuenta que tuvo una corazonada y entró a la habitación a ver su madre. Recuerdo ese momento justo de la historia de mi familia y de la mía. La cara de mi padre al salir del dormitorio, es como si se hubiese grabado a fuego en mis retinas. Pasó en silencio para no despertarme por el salón y se dirigió a su dormitorio. Momento que aproveché para dar un salto de mi cama y correr sin hacer ruido al dormitorio que compartía con mi abuela. Ella estaba allí, parecía dormida. Tumbada de lado, con las dos manos juntas las palmas bajo la mejilla derecha. Pareciera estar posando para una fotografía. Pero ni posaba, ni dormía, estaba muerta. Recuerdo como si algo se me rompiera dentro y me dolía muchísimo, pero no lloré. Yo crecí en su casa, era parte de mi, más que una abuela. Y comprendí entonces la expresión de la cara de mi padre, seguramente yo tenia una muy parecida en ese momento. Corrí y me metí a la cama y me hice la dormida. Vi a mi madre llorando llegar tras de mi padre, hablaban dentro de la habitación, y mi madre le decía a mi padre que el abuelo se estaba levantando ya. Pero que no le dijeran nada hasta que no desayunara. Vi a mi abuelo entrar en la cocina, desayunar, mi padre ir a buscar al medico para que hiciera el parte de defunción, mi madre que se lo decía al abuelo después de desayunar... Yo dormía para todos. En un momento dado mi madre vino a mi cama y me despertó muy despacio y me dijo que tenía que levantarme y vestirme que papá me iba a llevar a casa de la tita Esperanza que la abuela se había muerto. Le dije que ya lo sabía. Y que había entrado cuando salió papá. Mi madre me preguntó si quería verla de nuevo y le dije que sí. Me despedí de mi abuela, la besé y le dije adiós para siempre, al menos para el único para siempre que yo conocía a esa edad. 

Me subí la cremallera de la chaquetilla y me puse el casco. Subí a la moto y me agarré a la espalda de mi padre. Le apreté como nunca, quería con mi abrazo absorber todo el dolor que me imaginaba que sentía él. Me sentí muy impotente, mi padre tenía los ojos rojos de llorar, pero yo no lo había visto hacerlo. Así que tenía que estar a su altura. No solté ni una lagrima. Era lo único que podía hacer por él. Mi padre se llama Juan, había recibido el peor regalo del día del Santo que una persona podría recibir... encontrar a su madre muerta. 

Para mi el solsticio de verano es eso, un fuego que me recuerda que bajo el sol no hay materia que perdure, todo es caduco y limitado. No tengo traumas de aquello, más allá de ser la primera vez que me enfrenté a la muerte. Recuerdo que como niña que era, los meses después tuve aquella etapa de frustración y aceptación sobre la vida y la muerte. Y miedo a que mis padres también murieran, a morir yo y no saber si realmente el alma era algo real, o todo acababa como había visto a mi abuela.  

No, no soy de rituales. Yo sueño con los ojos abiertos porque me da la gana ser así. Pero no creo en nada que no pueda certificar con datos y la experiencia propia. No descarto la magia y ciertos términos relacionados con ella. Cada cual allá con la puerta a la que vayan a llamar. Para mi la clave está en el fuego... en uno que no necesita combustión, porque se alimenta de si Mismo. Es una llama imperecedera, ya quisiera el astro sol tener esa capacidad... 

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