SIETE de septiembre = 15... y sumando.

c)menticuchi@gmail.com

"¿De qué sirve brindar a los hijos todos los caprichos, si no les brindamos una verdadera familia?" (S. Biffi)

Este va a ser uno de esos post sin vaselina, así que vete preparando si tienes intención de leerlo hasta el final. 

El que después de quince años, veinte, cincuenta... siga igual de enamorado de su pareja que levante la mano y comparta el secreto de la eterna felicidad. Porque a mi lo que me dan es ganas de matar a mi marido como una media de cincuenta veces al día. Y como otras cien, de irme por tabaco (aunque ya no fume) y no volver más.
Y no me cabe duda de que a él le pasa lo mismo. 

Yo soy muy realista. Hasta cuando me enamoro. Aunque suene a incongruencia. 
Y sí, me enamoré de verdad una vez. Y sigo casada con ese hombre al que amé con todo el potencial de mi inconsciencia.

Recuerdo que cuando empezamos a salir un amigo en común se acercó a mi en la discoteca y me preguntó muy serio si mi relación con el Pepe Rosao era cierta. Lo confirmé. 
No se lo creía. 
Me dijo que eramos las dos personas más contradictorias que podía imaginarse para una vida en común. Me aconsejó que me lo pensara bien, que él me apreciaba y que conocía a su amigo desde niños, pero que no nos veía en una vida en común.

Pues bien. Aquí seguimos, quince años después de casarnos. ¿Enamorados? No al menos como lo estuvimos.
¿Amor? Sin duda.
Cuando no hay amor... nada hay que salvar ya en una pareja. A excepción de los hijos.

Una cosa es la imagen que la gente desea proyectar hacia fuera de cara a mantener un estatus social. La pareja perfecta, la familia perfecta, ect...
Y créeme....
No digo que no existan esas personas que encuentran ese equilibrio y esa capacidad en la vida de ser felices. La gran mayoría, nos soportamos como mejor sabemos o podemos. Y el que diga lo contrario, miente y lo sabe.

Hay algo a lo que no nos enseñan y es a aceptar la realidad que esconde la vida tras lo que damos por sentado. Somos el resultado de nuestras elecciones. Y deberíamos saber la magnitud real de cada elección que enfrentamos. Las personas tendemos a complicar y enredar lo más básico.

Si no eres capaz de aguantarte a ti mismo. No te cases. Serás incapaz de aguantar a nadie un para siempre. Y si el para siempre nunca ha sido tu objetivo de vida deberías dejarle a la otra persona muy claro que solo será un objetivo temporal lo que tengas con ella. Y lo más importante, no tengas hijos, mejor comprate un perro. Porque cuando la gente es irresponsable con sus mascotas y se cansan, existen las perreras. Los hijos en nuestra sociedad son menos que un perro, aunque nadie tenga cojones de admitirlo. Hay cientos de niños abandonados delante de la pantalla de un televisor, un ordenador, o el muro de la plazoleta.

Anda, atrevete a decirme que no digo la verdad.

Cuando se pasan los buenos momentos de la vida, cuando toca enfrentar los difíciles, ¿quien se acuerda de la segunda parte la que va tras "en lo bueno" y dice "en lo malo"?
Vale, cuando uno está enamorado, no somos objetivos para detenernos a imaginar, menos pensar o analizar que lo malo también llega. Ya lo afrontaremos. No nos vamos a poner en eso mientras aún las cosas son de color rosa.
Pero los malos momentos llegan.

Desafortunadamente cuando ocurre, no eres una sola persona, aunque tu instinto de supervivencia piensa solo en ti. Y en salir lo más entero posible de las situaciones a enfrentar.  Y todas las soluciones se vuelven las escusas perfectas para tapar lo esencial. Eres un inútil que no sabe afrontar la decisión que un día tomaste. (Conste que me refiero a relaciones normales, como la mía) Que seguro algun@ me sale ahora para escudarse poniendo de ejemplo a su pobre vecina del tercero al que el hijo de puta de su marido muele a palo cada noche sin que ningún vecino se implique en romper esa rutina.

La mayoría de los matrimonios que se rompen cada día no tienen grandes tragedias de trasfondo como razón tras sus rupturas. No más allá de la incapacidad de una o ambas partes de ser capaces de sacrificarse a si mismos por el otro. El amor es eso. No lo olvides. La renuncia a ti mismo por el otro. Lo que ocurre es que queda muy bonito escrito en los votos con letra dorada sobre un papel que te costó quince € y que tu amiga con mejor letra te lo redactó a mano para que quedara más autentico.
Que nadie te engañe. Esos son los detalles que te avisan de que como no te andes listo la cagarás... Por algo pintan al amor ciego. En tiempos de enamoramiento nos volvemos gilipollas. Así que lo ideal sería no tomar decisiones tan importantes mientras esa etapa dure.
  
Pepe y yo no seremos la pareja perfecta. Pero tenemos alta nota como padres. Que a fin de cuentas es lo más importante de nuestro amor. Nuestros hijos. El amor hacia ellos nos re-alimenta lo que un día fuimos, lo que somos ahora, y lo que nos mantiene en equilibrio fiel a nuestras elecciones. A aquello en lo que creemos y por lo que un día apostamos y lo seguimos haciendo cada día.

Me pregunta mi hija la otra noche si aún quiero a su padre. Es mi Lucy en su más visceral estado de querer conocimiento. Siempre ha sido una niña muy aguda para lo esencial.
Recuerdo cuando tenia tres años y hacia preguntas que ponía al limite mi capacidad humana más que la maternal.
Su profesora de guardería me dijo que cuando no supiera que responder, simplemente le dijera la verdad. Siempre la verdad. Y yo sabia que esa mujer tenia razón, porque desde muy niña supe cuando la gente no tenia ni puta idea de lo que hablaban, y experimenté la indignación que su verborrea creaba a mi curiosidad.

Claro que quiero a tu padre. Le respondí.
Y tuvimos una pequeña conversación de mujer a mujer. Aunque ella mantuvo como principal el argumento de hija que sufre la separación de sus padres, contándome cosas que piensa, que teme, frente al conocimiento de las experiencias de sus amistades de igual edad.
"Sería lo peor que podría pasarme mamá.  No imagino que sería mi vida si papá y tu os separaseis". 
Podría haberle dado a mi hija un mitin psicológico de esos que los psicólogos estudian e intentan implantar en los corazones partidos. Hay tantas teorías que ayudan a superar un duelo, como escusas a nuestras conciencias queramos suplantar.
Pero una sola verdad.
Por muchas historias (y conste que valoro el trabajo profesional de los especialistas de la mente) que cuenten a un niño cuando enfrenta la separación de sus padres. Una cosa impera, el niño no es imbécil, sabe que sus padres no lo han amado a él por encima de ellos mismos.

Y entonces mi hija, después de escuchar mi punto de vista (que pueda parecer radical e intransigente para muchos) y de oírme decir: "Puedes estar tranquila que mientras tú y tu hermano necesitéis a papá y a mi como padres en una relación como la que demandáis ahora... Así dejemos de querernos estaremos juntos por vosotros." 
Va mi hija y me dice:"Eso también me preocupa mamá, que no seáis felices. Porque estar con alguien cuando ya no se quiere, eso es injusto".
Y oírla me rompe el alma. Que el mundo catequice así a mis hijos a un ritmo mayor de capacidad que el mio como madre. No debería de ser lo normal. Pero los padres hemos bajado la guardia en eso, delegando deberes en otros, maestros, familia, ect...

Y le explico a mi hija que la felicidad la definen a temporal en su ideal de definición. Y que termina por ser temporal, llega y se va, y por regla general deja a los que no son muy agudos algo confusos.
Es relativa e imposible de medir sus consecuencias entre semejantes que la experimentan.

¿Sabes lo que es injusto? Que otras personas sufran en su vida la incapacidad de resolución de aquello que elegimos. No es cuestión de ser felices en el sentido que el mundo te dice que lo debes ser.
Mi felicidad es proporcional al estado en que te siento ser feliz a ti; crecer y desarrollarte como un individuo sano y equilibrado, porque eres mi responsabilidad. 
Elegí ser madre, y cuando eliges algo tan importante es para toda la vida. Y si no te sientes con la capacidad de poderlo llevar adelante con todas las consecuencias es mejor que no te cases y sobre todo que no tengas hijos.
Porque el amor se acaba tal y como tratan de hacernos creer que debe ser o hacernos sentir. El amor de pareja se va transformando, y a veces es mejor decir que se acaba en lugar de admitir que no nos gusta ese nuevo estado.
Y eso es una realidad. Porque somos seres egoístas, y porque el instinto de supervivencia empuja siempre al individuo a prevalecer por encima del otro.

Mi hija se queda razonando en su cabeza de adolescente de catorce años.
Y yo le añado. Hay sentimientos en las parejas que unen y compactan cuando ni la razón es capaz de razonarlos. Hay llamas que no pueden ser apagadas... ni con el mar.

Pero como todo en esta vida, se aprende viviendo. Y eligiendo. Somos el resultado de nuestras elecciones.

Comentarios