Finde al sol.



"Solo desde una calma interna, el hombre fue capaz de descubrir y formar entornos tranquilos". (Stephen Gardiner)



Toda persona que me conoce sabe que el sol y yo nunca nos hemos llevado bien.
Siempre lo dije, que nací más abajo de la cuenta en la Península Ibérica... 
Odio el verano, odio la caló... odio Sevilla terminando Mayo y hasta Octubre y sobre todo... Odio al astro sol...

Encima este sábado llega la temporada de piscina en el club del barrio. Coño, no es que me importe mucho estar más blanca que una pescailla, pero cuando encima no tienes el cuerpo de una modelo, el blanco destaca más entre las masas. Yo odio los barullos y los sitios donde la gente está porque toca ir aunque tengas al vecino en la toalla de al lado invadiendo parte de la tuya. 
Demasiado territorial.
Me gusta mi espacio, respirar en paz, o respirar mis propios agobios, pero que nadie me lleve donde no deseo ir, aparentar, estar porque toca, eso no es para mi. Ochocientos socios con sus respectivas familias amontonados para la paella gratis y el chapuzón primero del Año. Uff... Na, que llegó el verano otra vez...

A veces me pregunto si acaso con la edad no me estoy volviendo anti-sociable, vaya, que... todo pudiera ser. Porque aún recuerdo lo que me gustaba antes un lío.
Aunque pensándolo bien, siempre me gustaron más los momentos serenos que podían respirarse en espacios menos ruidosos y con menos movimientos.

El viernes hablando con una persona que bien me conoce y me quiere, me decía que el finde debía de tomármelo con tranquilidad. Que esa seria la identidad a lograr. Vivir en paz,  y que debía pasar el fin de semana lo más tranquila posible. Eso es que no escuchaba a mi Lucy haciendo los planes ya... Cansa solo de escucharla, y ni te cuento lo que altera. Claro que es la viva imagen de lo que su madre nunca llegó a ser a su edad. A veces tengo miedo de estar criando una potrilla imparable. Indomable, por su modo de ser e imponerse a todo y a todos. Tenia tan claro que no deseaba que mis hijos se sintieran coartados en su libertad, que igual me he pasado. Pero eso es algo que solo el tiempo podrá enseñarme si lo estoy haciendo bien o como el culo. 

El viernes hice a Pepe ir a por un océano privado. Sí, leíste bien. 
He pasado tantas horas encerrada trabajando en los últimos años, que solo necesito una cosa para ser feliz y volar. Mi voluntad y mi mente. 
Mi océano tiene capacidad para albergar todas mis mareas en 3´66m de diámetro por 0´76cm de altura... O lo que es lo mismo... la charca donde sentirme más "agusto" que un rano.  
Fuera barullo, aglomeración y niños gritando... Bueno, lo de niños lo cuento luego.

Me dispongo a disfrutar de mi finde relajado y vaya si lo consigo. 
Me basta meterme a la piscina de patitas que Carrefour a catalogado con el nombre de Haití... Uno de mis paraísos inalcanzable... manda huevos la coincidencia del nombre del kit de piscina. Bueno... vamos allá. 
Me tumbo sobre el agua. Dios de mi vida!!! ¿Hay acaso una sensación en este mundo más apacible? Es que ni me salen las palabras. Creo que flotar sobre el agua debe ser lo más parecido a estar dentro del útero del mamá.  Esa sensación de in gravedad que da el empuje hidrostático en el agua. No sé donde leí que un cuerpo más pesado tiene más capacidad para hundirse en el agua y por lo tanto el empuje hidrostático  es menor... A mi esa ley de física no me cuadra... más cuando soy capaz de dormirme flotando encima del agua con lo grandota que soy. 

Tumbarme en el agua y sentir que floto, ponerme las manos en la nuca, cruzar las piernas y no sentir peso ninguno, nada que me roce más que la caricia del H2O, no tiene precio. Recuerdo cuando hablaba con Arcen de esa sensación. Ahora lo sigo haciendo, pero él está en todo ese espacio que mis ojos ven mientras el sol juega con mis pestañas. Y no me refiero al cielo azul y brillante, es todo eso que puedo ver más allá del cielo, de las sombras que las ramas de morera forman sobre mi.

Esa sensación de libertad que provoca en mi cuerpo el agua me lleva a lugares que nunca podría alcanzar por mucha movilidad de la que dispusiera.
Los oídos bajo el agua, amortiguan el sonido, te aíslan en cierto modo del entorno. Permiten que escuches el ritmo de tu corazón, incluso el pulso se siente en el torrente sanguíneo, tu respiración y tú hacéis las paces. Y el cuerpo deja de tomar protagonismo para dar paso a la mente, a la conexión con el espíritu... Ni siquiera necesito estar en el mar para sentir esa libertad, puedo alcanzarla en mi pequeño Atlántico...

Pienso en una conversación que tuve con mi amigo Juan, me dijo que porque no le preguntaba a Dios como estaba mi madre. Sé como está mi madre, y donde, tan cerca que lo ve y siente todo pero sin dolor, sin cargo de conciencia, sin inquietud, porque ya conoce la vida del espíritu y no está limitada por este pensamiento(tan humano) que solo razona lo que ve con los ojos.

Siento a mi madre cerca. Muy cerca.
Ella era de las que venia a meterse al agua conmigo cuando no estaban los niños para relajar. No sabía flotar... ni se quitaba las gafas para entrar a la piscina (me río) solía decir que no la salpicaran a los ojos, que se ahogaba por ellos. Creo que heredé de ella esa incapacidad dentro del agua, no atino a abrirlos bajo ésta si no llevo gafas de buceo,  jajaja, aunque para el resto sea como una sirena...
La sentí tan cercana, en todo el entorno, en el calor de los rayos de sol penetrando mi epidermis, en la sensación de estar sobre el agua suspendida, en la brisa que movía las ramas de la morera, en los pájaros allá muy arriba cruzando el cielo y colándose en mi campo de visión...
Yo conozco esa paz, esa conexión, está grabada en algún lugar de mi conciencia, de mis recuerdos, escucho mi propio corazón, y otro más, es el de mi madre... Ese recuerdo se vivifica en mi cerebro (creo) y casi siento tan real el latir, que parece estuviera yo dentro. Me quedo ahí inmóvil, recargando mi ser de una paz que no se dar nombre y por primera vez después de muchos meses el recuerdo de mi madre no me hace llorar, no duele como yo deseo, es suave, como todo lo que mi cuerpo y mi mente están sintiendo en ese momento.
Y el sol va bajando... y se hace de noche, y yo sigo ahí en un estado que parece ajeno al tiempo.

Suena el móvil.

Es mi hijo, pregunta si su amigo puede venir a dormir a casa.
Va...
habrá que hacer barbacoa fuera para la cena.

Dos horas más tarde llama Lucy, que aún no ha terminado que llegará tarde pero que si se puede venir Marta a dormir... y Dios mio, si yo no tengo cuarto de invitados... ¿como tengo siempre tanta gente en casa? Pues nada, venga, habrá que compartir colchones.
No me altera nada.

Sigo con el mismo estado de paz...
Algunos inconveniente del directo hacen que me altere un poco y no consiga conciliar el sueño esa noche, pero por la mañana todo vuelve a iluminarse...
El sol destapa sombras y también las creas, pero calienta los corazones hambrientos...
Amanecer en casa con los míos, con los añadidos, el jaleo, el movimiento en el hogar es algo que alegra el corazón y levanta el espíritu.

Y aprovecho para seguir durante todo el finde así... Relajada, sin pensar, solo viviendo, respirando, tomando con protección el sol y dejándome llevar... Vivir es un don irrepetible... me lo ha dicho mamá... y ella sabe lo poco que me gusta a mi la comunicación con el mundo espiritual...





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