UNA HISTORIA DE AMOR DESESPERADA.


Todos aman la vida, pero el hombre valiente y honrado aprecia más el honor. 
(William Shakespeare)

Dos años, doce días, y unas malditas horas... 

No puedo soportarlo, dicen que el amor no debe doler. Imbéciles. El amor siempre duele, si es amor del bueno y no un sucedáneo, que es a lo que la mayoria optan por llamar amor. Duele, porque amar conlleva aceptar al otro tal cual es, aceptar la realidad tal cual es y por supuesto aceptar que a diferencia de esas frases muleta que todos conocemos... El amor no siempre lo consigue todo. A veces el amor, tiene como fin ponernos al crisol y desnudar nuestra hipocresía más escondida y ponernos de cara frente a quien somos realmente y el modo en que somos capaces de amar por encima de nosotros mismo. Eso es amar, lo demás es necesidad de que te amen a ti y punto.

Esta no es una entrada fácil de escribir, y apostaría a decir que tampoco de leer. No seré delicada escribiendo, ni comedida, seré irreverente y fiel a la fuerza de mis emociones, los que me conocéis ya sabéis que escribo sin frenos. Hoy después de tres meses de desierto he vuelto, no me atrevo a decir que mejor o peor que cuando me fuí tras Él. Solo he vuelto para seguir luchando y caminando que es lo que nos queda en esta vida, y no en plan melodramático, o victimista, es que la vida es eso, un sinfín de estados que se van complementando y que nos forjan por dentro, se proyecta hacia el exterior y de algún modo dejan huella en los demás. Y es importante que aún cuando las experiencias que vivimos sean desesperadas, sepamos proyectar esperanza en los demás y abrir puertas, siempre abrir puertas a las personas, porque no podemos prever el habitáculo en que se encuentran. Como han de ser sus propias necesidades. Y como ya he dicho en alguna ocasión, la soledad no es lo mismo que el aislamiento. 

Hoy no estoy para ser pilar de nadie, ni modelo a seguir, ni para que nadie me diga que bien lo hiciste. Jamás he querido ser ejemplo de nada, lo único que he buscado siempre ha sido ser yo misma, fiel a mis principios y actuar según ellos; aunque eso me dejara con el culo al aire, rota o como una puta mierda. 
Hoy me siento así. Como si una demoledora me hubiera penetrado y hubiese estado haciendo tajo a deshoras dentro de mi.  Desde que entré a trabajar con mi Anita sabía que llegaría el día. Ese en que si el Boss no se la llevaba antes de que sus familiares se cansaran de cuidarla o de que sus pobres ahorros de toda una vida la mantuvieran autónoma... Tendría que suceder. Ayer fue el día X.  Después de dos años y doce días me tocó a mi llevarla al centro de mayores. La cara de ella en la imagen de este post lo dice todo... Iba engañada, pero nadie es tan ingenuo como para no ver lo que tiene delante. Y desgraciadamente, a sus 99 años que cumplió este pasado mes de Mayo, aún tiene sus facultades mentales en orden. Y digo desgraciadamente, porque en los últimos meses han mermado algo, pero no lo suficiente para que no se de cuanta de la realidad. Eso ahora le habría evitado sufrir tan viejita, la experiencia de sentir como la desplazan a un lugar que ella no desea y al que le imponen por encima de su voluntad. 

La familia ha decidido llevarla al centro de adultos sin contar con su voluntad. Esa es la cuestión. Que debemos por encima de todo proteger a nuestros mayores, pero no solo dándoles los cuidados necesarios para que estén bien atendidos de salud y emocionalmente arropados. Su dignidad como persona deberia de ser nuestra mayor prioridad. Dios nos ha creado libres, y si Él a tenido a buen juicio hacerlo así, ¿Quienes somos nosotros para limitar ese valor innato? Hemos de defenderlo por encima de cualquier estipulación social que nos venden como lo mejor para el bien del otro. En este caso, lo mejor para una anciana sin hijos, sin recursos económicos para pagar otra cuidadora y sin autonomía física. Sí, lo mejor es estar en un centro atendida. Pero olvidamos que lo mejor para ella es que se respete su voluntad siempre y cuando tenga facultades mentales para ello. Y ahí es donde yo reboto y reviento y no puedo con las injusticias. Porque en este caso concreto la solución hubiese sido viable. Que la familia la hubiese amado, y amado es que siete horas al día hubiesen renunciado a sus tareas (todos con posibilidades) y estar con ella. A veces no hay opciones, y hay que tomar medidas no deseadas, en este caso las había. Las opciones eran rascarse los bolsillos un poco (y había recursos por partes de la familia) Pero ay!!!! Amamos muchos, somos muy buenos, hasta que nos tocan el bolsillos. Entonces, es mejor casi que ni nos quieran y de ese modo no nos veremos en la obligación de devolver amor y soltar la cartera en un mismo acto. A eso es a lo que yo llamo los sucedáneos del amor. Pero en fin, somos libres, y la libertad conlleva que cada cual elige hasta el modo en que ama, claro que luego se deberia no exigir la demanda superior a la oferta. Ahí lo dejo para reflexión propia. 

Yo ayer terminé rota hasta los cimientos y con ganas de romper más de una mandíbula. Se me disparó mi vena salvaje, esa que no es tolerante. Que no sabe amar, que no sabe de perdonar la carencia del otro. Pero es que yo... No soy Santa. Sigo en practicas y saberme la teoría, no me libra que a la hora de ser y actuar, no lo haga como el resto de idiotas que no saben hacer buen uso. Pues eso, yo ayer deseé cosas muy malas a muchos. Y me hubiera encantando impartir algunas. Ya te dije que hoy no sería una entrada fácil de leer. 

En mi mentalidad, en mis principios, jamás, repito, jamás, entraría hacer lo que ayer me vi en la obligación de hacer y fue muy duro. La llevaron engañada, sin decirle donde iba. Y sí acepté ser yo quien la acompañó al centro es porque preferí hacerle la salida de su casa lo más cómoda y menos traumática dentro de mis posibilidades. Le dije que la llevaba a una revisión al medico. Pero se dio cuenta antes de que la dejásemos allí y me pidió llorando que la llevara a casa. Jamás olvidaré la cara de mi niña grande, la desesperación con que me pedía que no la dejara allá. Y jamás en toda mi puta vida desde que mi abuelo murió en mis brazos, me había sentido más impotente. Era la misma mirada, la misma. Y desde entonces no puedo dejar de llorar.  Porque los fuertes también lloramos, aunque a escondidas, yo ya ni me escondo, tengo los ojos tan hinchados que lo de la alergia no cuela.
Le prometí que no la dejaría hasta dejarla de la mano de San Pedro, y yo jamás rompo mi palabra aunque me vea obligada a cursarla por medios diferentes a los que tenía en mente. El amor es así, has de amar con todas las consecuencias. Así que esta mañana ya he llamado al centro para ver como ha pasado la noche y saber como lleva el periodo de adaptación. Confío en la profesionalidad de las personas que se cualifican para esos trabajos. Aunque sea de los que pensamos que los abuelos donde están bien es en casa con los suyos. Ana estará allá mejor, más atendida, y hasta más querida con toda seguridad lo digo. Y yo, no voy a dejarla, iré las veces que me se sea permitido y estaré aquí detrás. Siempre, mientras llegue el momento de partir a donde le prometí que la dejaría aunque tenga que derribar la puerta a San Pedro para colarla. No la dejaré. Pero duele, joder que si duele, como el puto infierno. Duele. Y me alborota los peores de mis instintos, pone mis engranajes de rencor en funcionamiento y eso hace que compruebe que no soy tan buena persona tampoco. 
Nadie es bueno. 
Vamos por esta vida intentando hacer las cosas bien. Y hasta la suerte influye en la cantidad de idiotas con que nos vemos obligados a pasar el rato. No dejarnos mestizar por sus principios es la clave. Perseverar en quienes somos. O mejor dicho, perseverar en el bien que conocemos. En el bien que podemos hacer. En el bien que necesita de nuestra voluntad, de nuestro honor, de nuestra lucha continua por intentar manifestar su virtud como estandarte de nuestros días.

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