CRÓNICAS DE UNA CITA PERFECTA.






La primera vez que lo vi me fascinó su fuerza. Era un Hombre perfecto. Yo estaba allí, absorbida en mi mundo. Creyendo que ya lo había visto todo. Y entonces le vi pasar. 
Iba todo vestido de rojo, su sangre le cubría un cuerpo quebrantado, pero no su fuerza eso fue lo que me hizo detenerme y mirarle. Quería verle el rostro, lo llevaba cubierto entre el largo pelo y la sangre de las heridas de la cabeza. Tenia que verlo, tenia que ver esos ojos. No podía quedarme con la curiosidad de saber si realmente poseía esa energía, esa fuerza en su mirada. Era una atracción inenarrable. "Yo soy tu hombre mujer, te quiero para mi"

¿Quién es ese que en tal estado me reclama para si? Tenia que verlo. Me acerqué muerta de anhelo y curiosidad y sus ojos me agarraron con un ímpetu que rompió todas mis resistencia. 
"Te llevaré al mar nena, como ninguno de tus amantes te pudo llevar"

Y lo seguí hasta verlo morir crucificado. Y lo llevaron a un sepulcro y aún cuando ya no podía verlo... le escuchaba con esa fuerza que su cuerpo ultrajado retenía. esa fuerza que me gritaba: "Eh nena, ven a verme el sábado, tengo la cita perfecta pensada para ti"

Pero al llegar al lugar del encuentro...




Solo encuentro vacío.
Y aún así le siento en el silencio de esa soledad mía como me susurra: "Nena, lo bueno se hace esperar. Te dije que te llevaría esta noche al mar, espera un poco más."

Hay alboroto en aquel lugar, un templo de barrio, apenas treinta personas esperando lo mismo que yo. Y empiezo a sentir como un frío me recorre la espalda. Creo que me estoy encogiendo. Estoy aquí expectante, deseando ver que tiene ese Hombre para mi. ¿Pero y yo? Que puedo ofrecerle yo. Me empiezo a mirar hacia dentro y cada vez me pueden más mis inseguridades, yo no soy lo suficientemente buena para alguien así. Me conozco bien, y se en que fallo y eso me hace a mi modo de ver la candidata no apta. Y entonces un alboroto...

El cura se retrasa, la celebración es un puro directo, suele pasar en esta parroquia... Ay... No quiero que nada me agobie más. Ya tengo bastante con mis temores internos. Me acerco a preguntar si hay algo en que ayudar. Carmen y el Hermano mayor de la Hermandad de Pasión están repartiendo lecturas. Me toca leer la tercera con su salmo. Vale. 

Empieza la celebración. Tengo mi pecado más patente que nunca en mente, mi pyrocant contra quien no puedo combatir con voluntad. En la oscuridad durante el Pregón. Le digo en mi corazón. No puedo contra esto, pero si me pides que baile contigo y me sostienes en tu maestría se que lo puedo conseguir. 
Y se hace la luz, el Cirio Pascual enciende mi alma y le escucho emerger de la oscuridad. 
"Me gusta bailar contigo nena, no temas. Yo te llevo, dirijo tus pasos a un ritmo que puedas seguir. Déjate llevar ¿ok? Puedo sentir en tu corazón el latir del dolor que soportas, y el modo en que tus ojos me buscan con temor de perder, de herir más. Pero yo nena, yo soy más fuerte que el resto y te voy a llevar al mar, a ti y a todos tus miedos, y los dejaremos allí.




Y siento como esa luz empieza a calentar mi animo, mi esperanza, a despertar una alegría dentro que no puedo explicar. Se que me dice la verdad. 
Empiezan las lecturas y me toca salir. Se que lectura me ha tocado, conozco todas la que se proclaman en la Pascua. Pero por una extraña razón no he sido consciente de ello hasta que estoy caminando hacia el atril y le vuelvo a oír.
" ¿Nena preparada? Ven conmigo al mar."
Y comienzo a proclamar la lectura y el Salmo correspondiente:


Del libro del Éxodo 14,15-31.15,1. 
Después el Señor dijo a Moisés: "¿Por qué me invocas con esos gritos? Ordena a los israelitas que reanuden la marcha. 
Y tú, con el bastón en alto, extiende tu mano sobre el mar y divídelo en dos, para que puedan cruzarlo a pie. 
Yo voy a endurecer el corazón de los egipcios, y ellos entrarán en el mar detrás de los israelitas. Así me cubriré de gloria a expensas del Faraón y de su ejército, de sus carros y de sus guerreros. 
Los egipcios sabrán que soy el Señor, cuando yo me cubra de gloria a expensas del Faraón, de sus carros y de sus guerreros". 
El Ángel de Dios, que avanzaba al frente del campamento de Israel, retrocedió hasta colocarse detrás de ellos; y la columna de nube se desplazó también de delante hacia atrás, 
interponiéndose entre el campamento egipcio y el de Israel. La nube era tenebrosa para unos, mientras que para los otros iluminaba la noche, de manera que en toda la noche no pudieron acercarse los unos a los otros. 
Entonces Moisés extendió su mano sobre el mar, y el Señor hizo retroceder el mar con un fuerte viento del este, que sopló toda la noche y transformó el mar en tierra seca. Las aguas se abrieron, 
y los israelitas entraron a pie en el cauce del mar, mientras las aguas formaban una muralla a derecha e izquierda. 
Los egipcios los persiguieron, y toda la caballería del Faraón, sus carros y sus guerreros, entraron detrás de ellos en medio del mar. 
Cuando estaba por despuntar el alba, el Señor observó las tropas egipcias desde la columna de fuego y de nube, y sembró la confusión entre ellos.
Además, frenó las ruedas de sus carros de guerra, haciendo que avanzaran con dificultad. Los egipcios exclamaron: "Huyamos de Israel, porque el Señor combate en favor de ellos contra Egipto". 
El Señor dijo a Moisés: "Extiende tu mano sobre el mar, para que las aguas se vuelvan contra los egipcios, sus carros y sus guerreros". 
Moisés extendió su mano sobre el mar y, al amanecer, el mar volvió a su cauce. Los egipcios ya habían emprendido la huida, pero se encontraron con las aguas, y el Señor los hundió en el mar. 
Las aguas envolvieron totalmente a los carros y a los guerreros de todo el ejército del Faraón que habían entrado en medio del mar para perseguir a los israelitas. Ni uno solo se salvó. 
Los israelitas, en cambio, fueron caminando por el cauce seco del mar, mientras las aguas formaban una muralla, a derecha e izquierda. 
Aquel día, el Señor salvó a Israel de las manos de los egipcios. Israel vio los cadáveres de los egipcios que yacían a la orilla del mar, 
y fue testigo de la hazaña que el Señor realizó contra Egipto. El pueblo temió al Señor, y creyó en él y en Moisés, su servidor. 
Entonces Moisés y los israelitas entonaron este canto en honor del Señor:

Libro del Exodo 15,1b-2.3-4.5-6.17-18. 
"Cantaré al Señor, que se ha cubierto de gloria: él hundió en el mar los caballos y los carros. 
El Señor es mi fuerza y mi protección, él me salvó. El es mi Dios y yo lo glorifico, 
es el Dios de mi padre y yo proclamo su grandeza. 

El Señor es un guerrero, su nombre es "Señor". 
El arrojó al mar los carros del Faraón y su ejército, lo mejor de sus soldados se hundió en el Mar Rojo. 
El abismo los cubrió, cayeron como una piedra en lo profundo del mar. 
Tu mano, Señor, resplandece por su fuerza, tu mano, Señor, aniquila al enemigo. 

Tú lo llevas y lo plantas en la montaña de tu herencia, en el lugar que preparaste para tu morada, en el Santuario, Señor, que fundaron tus manos. 
¡El Señor reina eternamente!". 


Y según leía, el alma me brincaba dentro. Estaba allí conmigo, sometiendo todas mis olas de muerte. Haciéndomelas remontar y sin tabla de surf. Sin que pudieran siquiera mojarme. 
"Ya te lo dije, te gusta el mar y a mi me encanta llevarte. Pero hoy quiero dejar todos tus miedos en él sepultados. Vive, vive para mi sin miedo. Sabes cual es el camino y yo respeto tu libertad. Cuando quieras que te lleve a mi mar solo tienes que pedírlo"

Ay... Voy a perder el sentido de tanto placer concentrado en un solo instante. Esta es la cita perfecta. Lo tiene todo. Pese a ser breve, apenas hora y media de celebración. No la cambio por ninguna otra. 
Y cuando le veo de nuevo aparecer en tal manifestación de sencillez ... Vino y Pan...  Me invade una felicidad tal, que pienso: ¿Se puede amar más? No le ha bastado con dar la vida una vez. Ahora viene a mí en un pequeñito trocito de pan que cualquiera tiene capacidad de tomar en sus manos. En unas especies tan sencillas, que están al alcance de cualquier generación. 



Lo era la primera vez que lo vi cubierto de sangre. 
Perfecto y fuerte. 
El más perfecto de los hombres. 
Y lo es cada vez que me lleva a su mar. Cada vez que concentra toda su fortaleza en algo tan pequeñito como un trocito de pan para que yo pueda tomarlo dentro de mí sin romperme. 

Jesucristo es mi Hombre. Y verdaderamente ha resucitado.


¡Feliz Pascua de Resurrección a ti que me lees ahora!

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