CONSECUENCIAS...


Si cada cosa que el ser humano inventa fuera utilizada en su justa medida... posiblemente las cosas en este mundo nuestro marcharían mucho mejor.

El exceso tiene sus consecuencias...


     No dejo de oír a la gente quejarse de las nuevas tecnologías de comunicación y admito que tienen su parte de verdad en ello. Se dice que los móviles,  las tables han conseguido que las personas hablemos con los de lejos y perdamos la comunicación con quien está a nuestro alrededor. Y ciertamente es así por desgracia en un amplio numero de usuarios. Pero no son más que las consecuencias que hemos de pagar por un mal uso, y no me refiero solo al exceso del uso de estos útiles. También a la decadencia de tiempo, de dedicación y de cercanía que hemos ido acomodando en nuestro modo de vida. 

     Cuando era pequeña era una cría muy observadora. Entonces no había móviles. Pero ya la gente se sentaba en las terrazas a tomar algo y yo observaba el entorno con mi pensamiento de niña. Miraba a la gente, hoy en la mesa de al lado si miras verás a quienes están cada uno inmersos en sus móviles,  perdidos en otros lugares que les apartan del momento. Pero hace treinta años ya la gente se sentaba junta y tenían las miradas perdidas en el más allá. La gente tampoco dialogaba entonces con quien tenia al lado. Tengo un recuerdo de aquella época grabado a fuego en mis retinas internas.  La imagen de un matrimonio joven con niños más pequeños de lo que yo era entonces. Estaban allí sin hablarse, más de una hora cada uno en su mundo interior y yo me preguntaba por el lugar en que su pensamiento estaría... No cruzaron ni una sola frase más allá de las que le dirigían a sus hijos y para reñirles. Nada, ni una conversación. Mis padres no es que estuvieran hablando mucho, pero al menos se estaban contando como les había ido el día. Recuerdo que me dije a mi misma: Nunca me casaré de mayor, no quiero estar frente al amor de mi vida y no tener nada que decir.

     Luego fui creciendo observando y observando y la mayoría de las personas eran iguales. Parecían ir de aquí para allá a toda pastilla sin tiempo para detenerse a echar unas risas, o unas lagrimas... Convivimos, pero no compartimos apenas nada de nosotros mismos, esa es la verdad.
Pero luego nos quejamos del otro que está sumido en lo practico de teclear un sentimiento en una pantalla y hallar a alguien al otro lado que le responde. Seamos realistas y no hipócritas, cuando alguien necesita ser escuchado, lo que menos le importa es lo que tú tengas que decirle, lo que más su urgencia de que alguien esté presente cuando suelte toda su porquería. Y cada vez menos la gente se detiene a sostener a nadie, llevamos demasiada velocidad en nuestra vida como para detenernos mirar a los ojos a quien tenemos enfrente y escuchar o hablar... 

     ¿Y culpamos a la tecnología de robarnos esos momentos? No es la tecnológica, es nuestra mala educación, los valores que hemos perdido, que nadie nos enseñó, lo que ahora está haciendo que paguemos las consecuencias. No se puede escupir al cielo y quedarte quieto mirando, te caerá encima.

     Ni las batallas, ni ningún cataclismo surge de la nada por si mismo. Detrás en su inicio está un mal uso, métodos erróneos que desencadenan unas consecuencias que terminan por caernos encima. Cuando miro ahora a quienes tengo enfrente enfrascados en su mundo virtual, sigo observando sus reacciones y haciéndome las mismas preguntas de cuando era niña.

     Se que no es fácil salir de uno mismo, reconocer nuestras limitaciones del mismo modo que podemos reconocer nuestros logros y compartir nuestros sentimientos sin temor a quien está a nuestro lado. Pero para eso hay que detenerse, dejar de correr y volver a nuestra edad primera. Mientras no lo hagamos, un abrazo virtual que aguanta el ritmo de nuestra velocidad tendrá siempre más ventaja sobre el que necesita ser pedido y dado en dos pasos.

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