CREÍ POR ESO HABLE: Alrededor de tu mesa.




      No he conocido una mesa más importante que la del altar del sacrificio, ni un alimento más acto para mi que su Cuerpo y su Sangre, pues calma todas mis necesidades. Durante el IIIEncuentro, tuvimos varias celebraciones eucarísticas celebradas por los sacerdotes que nos acompañaban en esos días. Fueron momentos muy bonitos. De vivir realmente la esencia de nuestra fe compartiendo a Jesús. En unos momentos tan intimos de fraternidad, de unión en el Espíritu de Dios, en su Cuerpo compartido que se nos ofreció una vez más junto a los hermano, los amigos de batallas en la fe y los blogs. Personas que compartimos nuestra misión evangelizadora en internet y que de pronto estabamos allí. Todos reunidos en el Monasterio de las madres cistercienses de san Quirce y santa Julita de Valladolid. Allí en el templo, reunidos por y para Él. Celebrando la Santa Eucaristia, la fiesta de las fiestas. Humanos, cercanos, en persona, poniendo cara a las personas que hay tras los blogs, tras los perfiles sociales. Que momentos tan bonitos que vivimos. Si no estuvistes el año pasado te aconsejo que no te pierdas este año la oportunidad. Son momentos que hay que vivir sí o sí, por que te dan una presión de energía para seguir activo aquí en este continente digital.

Hay un evangelio que a mi me gusta mucho.es este: Marcos 2,13-17
Salió de nuevo por la orilla del mar, toda la gente acudía a él, y él les enseñaba. Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme.» Él se levantó y le siguió.
Y sucedió que estando él a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos, pues eran muchos los que le seguían. Al ver los escribas de los fariseos que comía con los pecadores y publicanos, decían a los discípulos: «¿Qué? ¿Es que come con los publicanos y pecadores?» Al oír esto Jesús, les dice: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.»

Siempre que me enfrento a este evangelio, me traspasa la curiosidad de querer saber como serian aquellos momentos en que Jesús, siendo Dios, siendo el hombre más importante y más Santo de la humanidad, se sentaba a la mesa de todos. A comer junto a las personas corrientes, y en una época y unas culturas en que aquello era una ofensiva según junto a quien se sentara a comer. Las personas siempre hemos tenido prejuicios, y siempre a lo largo de la historias se marcan los limites entre iguales y se tiende a separar. Yo no entiendo mucho de casi nada. Me gustaria ser más lista, saber más de como era aquel tiempo para saber valorar aún más las lecciones de humanidad y divinidad que Jesús dio en cada uno de sus gestos. Gestos tan sencillos como sentarse a una mesa, ya fuera de amigos, o de enemigos, ya se viera bien o mal. Allí estuvo Él. Dando a conocer al Padre con un ritmo humano y tan sencillo de poder ser apreciado por los hombres, que muchos no pudieron entenderlo sencillamente por lo fácil, que a mi parecer,  lo hizo. ¿Puede una simple charla sentado a una mesa cambiar el ritmo y la dirección de una vida? Yo creo firmemente que sí. No se trataría solo de pasar mas o menos agradable la velada. Cuando Jesús es el centro de la mesa, ya sea la del altar, ya sea la de un comedor, Dios mismo lo llena todo y lo hace todo nuevo si uno de verdad desea que sea así.
Doy gracias a Dios por los momentos que viví con mis hermanos blogueros en el comedor del hotel del mismo modo que lo doy por los que vivimos compartiendo la celebración Eucarística, en todos aprendí mucho sobre quien soy y para que me quiere Dios. Y encontré respuestas a muchas de las preguntas que llevaba en mi maleta. 
No, no se trata de un grupo de personas con gustos comunes que se reunen una vez al año para hacer un evento bonito, rezar, comer y beber... No, no era tampoco lo que decían de Jesús y los suyos que eran un grupo de borrachos y comilones. La esencia misma de la fraternidad se da en esos momentos de compartir, no solo un plato, sino de poner cada uno alrededor de la mesa los dones con que Dios tan perfectamente nos creo y saber ponerlos al servicio de quien comparte en ese momento nuestra mesa. ¿Hay un momento en familia más bonito que ese?  Yo creo que no, y que bien lo piensa Dios todo cuando se pone a proveer. 



Proxima entrada:
CREÍ POR ESO HABLE: Aprendiendo de mis hermanos mayores.



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