Los hijos curan hasta la enfermedad del alma.

     A mi nunca me gustaron los niños, Pepe incluso me regaña cuando me oye comentarlo, pero es la verdad. Con quince años tuve a mi única hermana, Marichu, para mi es como una hija. La quiero del mismo modo que a mis dos hijos de parto, en eso es en lo único que ella se diferencia de los otros dos, que no la tuve en mis entrañas. Pero la deseé ya antes de nacer y la crié y la quiero como a la niña de mis ojos. Así que puedo decir que son tres los hijos que tengo y sin gustarme los niños. Soy la madre con menos paciencia  del mundo, eso sin contar lo poco constante que soy, y las de veces que me gustaría salir corriendo de ellos y que no me alcanzaran. Quizás aún no lo he hecho porque soy tan patosa corriendo que me darían alcance en los primeros diez metros, vamos, ¿qué digo diez? Ni en cuatro, porque seguro que traspongo y aterrizo de bruces.

     En estos días que la depresión me gana la batalla momentáneamente, y me cuesta más desarrollar mi labor de madre, tengo que dar gracias a Dios que me puso en mi camino a Pepe, porque a pesar de ser un hombre muy normalito (yo siempre digo que es el Ken básico de Barbie) Es él quien me lleva hacía delante con mi enfermedad, a mi y a los niños. Y los niños aunque a veces nos den ganas de comérnoslos, son los que en una familia tienen el poder de curar cualquier enfermedad. Los que pulen cualquier fisura y los que elevan el espíritu hasta el cielo donde habita el Padre. Porque precisamente los hijos son ese don de Dios enviados para sacarnos de todas nuestras miserias y egoísmos.

     Esta mañana luché contra la sedación del tratamiento y me vestí, acompañé a mi familia a misa de niños a las doce y media. Una hermana de mi comunidad que sabe de mi situación economica me dio dinero para que llevara a los niños a comer una hamburguesa a ese sitio que tanto gusta a todos los niños. Luego estuvimos en el parque, verlos disfrutar apaciguaba mis fantasmas internos y curaba las heridas que solo yo siento dentro de mi. Luego estuvimos el resto de la tarde en casa de Bea y Fernando, ella es mi amiga desde parvulario, y la tata de mis niños. Ellos no tienen hijos aún, aunque después de la tarde que le han dado los míos no creo que le hallan quedado muchas ganas de tener los suyos propios.


     Yo sin embargo hoy, pese a mi enfermedad que me aplasta por momentos, el paro que deja la situación económica de mi casa por el suelo y algunos que otros problemas más de esos que en todas las familias no faltan. Tengo que decir: Gracias Padre Santo, por fijarte en mi un día, por no tener en cuenta mi falta para dar la talla y por hacerme ser madre de familia. Por permitirme estar hoy enferma y ver que poca cosa soy, por darme la oportunidad de ver cuan afortunada soy de descubrir que Tú me amas incluso así.  Por darme a Pepe como esposo, pero sobre todo por haberme hecho fecunda, y por los hijos que me has regalado. Gracias Señor por el día de hoy.

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