60 DÍAS DESPUÉS.




"AMA HASTA QUE TE DUELA, SI TE DUELE ES LA MEJOR SEÑAL".
(Santa Teresa de Calcuta)

Justo cuando se cumplen dos meses del fallecimiento de mi madre. Y sin que lo hubiésemos planeado, precisamente hoy volvemos al cementerio. Han colocado la lápida y llega el momento de volver a continuar con la acometida.

Ha dolido, mucho. 
Más que nada porque la última vez, bueno, la penúltima vez que estuve allí lo hice con ella. Habíamos ido a arreglar las flores de los abuelos 
Pinté el San José de la lápida por primera vez en 27 años. Desde que mi abuelo falleció, me hice cargo junto con mi madre de ir a arreglar el nicho. Antes de más pequeña solo la acompañaba al de abuela. Pero mi abuelo, era mi abuelo, y yo no deseaba que nadie tocara su sitio. A excepción de alguna vez que por cuestión de trabajo me pilló fuera, era yo siempre quien me encargaba de ir y mi madre me acompañaba. 

En Octubre cuando estuvimos. Me costó ir el día que ella quería, estaba muy cansada. Hacia mal día, pero no podía negárselo y verla con el gesto torcido. Al final, hasta nos hartamos de reír en el cementerio. 
Era lo típico en nosotras, nos reíamos hasta de nuestras sombras. 
Esta mañana Pepe y mi padre me recogieron con el coche en la puerta del trabajo y fuimos al cementerio. Quería ver como era la jardinera para comprar las flores y calcular la pintura que necesitaría para adecentar el frontal. 
La cara de mi padre era un poema. Pero solo puchereó un poco e hizo intentos frustrados de llorar, echándole muchos cojones resistió. Y yo con él. Le abracé por detrás, estábamos casi en la misma posición del día del entierro. Aún no comprendo como la gente que no cree en la vida del espíritu puede soportar esto.

Estuve comprando unos ramilletes de flores para hacer el centro, y lo monté mientras mi viejo colaboraba en el corte con los alicates de las varillas. Ha sido especial verle participar, porque en estos últimos años estaba mucho más volcado en arreglarle las flores a mamá; y después de almorzar volví. Esta vez con mi padre y mis hijos.
Iván era la primera vez que iba, Lucy estuvo un par de veces con mi madre y conmigo, pero no lo recordaba. Bueno, pues ya les he dicho que son los herederos del legado de las tradiciones.

Ha sido duro, mucho.
La echo mucho de menos. Y hay momentos en que es insoportable la presión


Con esa inocencia de un niño, me preguntaba mi hija:
-¿Mamá, de verdad la abuela está ahí dentro? 
La verdad es que sí, su cuerpo al menos está ahí dentro descomponiéndose. Encerrado en un hueco al que no he deseado poner su nombre. 
Siempre me gustaron los cementerios. Me dieron paz. Conocer el final de las cosas me ha apasionado siempre, soy incapaz de leer un libro sin antes leer el último capitulo. Yo soy así. 

Saber que el final de muchas cosas de esta vida acaba en este lugar me alivia en mi día a día. Miro a mis hijos, ellos son el futuro. Miro a mi padre que nunca vino a este lugar con mi madre y conmigo. Traía las flores cuando veníamos, con sus zapatazos de su cojera, parecía un novio que iba a pretender a su novia. Y yo que le conozco le dije quitando hierro.
- Viejo, ¿quieres que te las lleve yo? A ver si con las carreras te pasa como a mi el día que llevaba el ramo para la misa y llega la canastilla a la punta del cementerio antes que nosotros.
Entonces mi padre dice eso de:
- Gorditaaa, no te columpies.
Y los cuatros nos reímos a carcajadas, recordando el dia que me caí a cuatro patas y el ramo que llevaba para la eucaristía, por no pillarlo debajo, lo lancé y aterrizó doce metros por delante. 

Como decía, miro a mi padre y se que es mi presente. Él es ahora es eslabón débil de esta cadena. Y he de mantenerme fuerte por él. 

Miro la lápida y me alegro de no haber puesto nombre. 
De poder mirar y ver en ese frontal una patada en el culo al peor de los destinos que muchos creen que hemos de enfrentar.

Mi madre era así. Atípica. Triste por dentro, como un jardín natural florido y multicolor por fuera. 
Con tanta luz. 
Sencilla. 
Sin grandes estrambotismos. 
Elegí así la imagen que le representará desde ahora en el cementerio.
Ella no entendía mucho de Dogma. Ni de doctrinas. Pero sentía el anzuelo del Amor de Dios sujetándola. Y en ese amor se abandono a la esperanza.



Yo, deseo recordarla cada vez que vuelva así.
Voy a borrar las imagenes de verla dentro de la caja, y ésta tras esa lápida que ella siempre deseó que llevase algo puesto que al leerlo la gente sintiera esperanza.

El día que quedé con el chico de la funeraria para elegir la lápida estaba tan nerviosa, que no recordaba la cita exacta de una lectura que me gustaba para poner el epitafio. Entonces la busco y tomo nota de la cita bíblica. Pero al darsela al chico, algo pasa en el navegador y sale ésta en lugar de la que buscaba y entonces... Creo ver su sonrisa... Y lo sé. 

"Que no, que me voy a operar y que sea lo que Dios quiera. Y si tengo que quedarme en la mesa de quirófano que me den por culo, me enteráis y punto. Pero así ahogándome no puedo pasar otro verano más". 

Ella lo tenía claro.
Ya vivamos, ya muramos, del Señor somos.


Comentarios

  1. Respuestas
    1. Gracias Agnus :)
      Vivir es lo que tiene, a veces se nos rompe el corazón y otras... Dios nos lo llena con su ternura sobrenatural para que podamos seguir adelante.
      Un abrazo.

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