Un año más.

 El hecho de ser habitados por una nostalgia incomprensible sería, al fin y al cabo, el indicio de que hay un más allá. (Eugene Ionesco)


Rápido pasan los días, vivir es una vertiente de velocidad a la cual no siempre le tenemos pillado su movimiento real.

Llegué a casa esta mañana después de tres día de turno interno. De una noche de hemorragias menstruales que más que recordarme que sigo viva parecían anunciarme el fin. Y una noche de desvelo y guardia a la abuelita que cuido ahora, no tuvimos buena noche ninguna de las dos. Pese a que hubo momentos en que las dos nos reímos, con esas risas inocentes y sin sentido de niños, pero que alientan al alma. Allí estaba, ella en su mundo mental, donde a veces es difícil entrar y otras imposible; yo sentada en la cama haciendo lo que mejor se hacer, acompañar al que necesita de compañía. Estaba tan nerviosa que ya no sabía que hacer para tranquilizarla hasta que me dio por decirle que estábamos las dos igual vestidas para la fiesta y le enseño el culete con mi pañal de adulto. De pronto nos reímos durante un rato y luego ella se fue relajando. No yo, que me quedé en silencio en la penumbra, despierta y luchando contra mis demonios, el resto de la madrugada.

Al llegar a casa mi madre me asalta. Que si la voy a llevar hoy en mi día de descanso semanal al cementerio. El deber me da en la frente y casi me tumba de espalda. Ya venía como Rambo sin sentirme las piernas, temblando de la endebles fisica y el poco descanso. Pero como mañana ya entro en turno de nuevo de 48 horas, no tengo modo de posponer lo que debo hacer. Le digo a mi madre que sí, que la llevo a la tarde mientras los niños están en su hora de karate. Y pienso para mi que es mejor ir al cementerio en mis condiciones físicas y sin ganas, que ir con la voluntad invertida. Vamos... Al menos volveré.

Al llegar, me inunda ese ambiente de reflexión serena y a temporal que provoca en mi ese lugar del campo santo. Y que me acompaña luego durante horas, incluso días. Siempre abro muchos los ojos y dejo todas mis inquietudes fuera de la reja de entrada. Aprovecho la visita al cementerio para vivir un tiempo muerto, donde nada del mundo exterior quiero que me llegue. Me gusta observar al paso mientras me dirijo a donde están enterrados mis abuelos, las tumbas, los nichos, como están adornados, cuidados, como es la gente que están adecentando los sepulcros de sus difuntos. Leer los epitafios, ver las imágenes de quienes fueron un día y parecen aún estar ahí dentro, aunque ya no estén, yo así lo creo. Cuando vi los restos de mi abuela para pasarlos con el abuelo, comprendí que aquello no era mi abuela, solo lo que sobraba. Ella estaba en muchos más sitios, quizás en un cielo futuro e imperecedero, estaba en mis recuerdos, en mi presente, en mis valores y en mi identidad marcada y viva. Y así todos los que un día se fueron. 

Siempre hay algo que me llama la atención y me ayuda a valorar el momento. El estar viva aún con el hálito de mortandad pendiente de mi y mi estado físico que está para el arrastre. Hoy me veo a dos chicas arreglando un nicho y están sacándose fotos con las flores de los jarroncillos puestas en el pelo. Puede que parezca una falta de respeto al lugar, yo me partí de la risa con ellas y hasta ganas me dieron de copiarme y hacerme un selfie similar con mi vieja. Porque si algo hay en esta vida merecedor de echar unas risas es esto. Poder celebrar tanto la vida como la muerte con el mismo ánimo y carácter que uno tiene. Y que diferente me resulta ese modo de celebrar a la gilipollez de la fiesta de Halloween... Que ni voy a referir más, los que me leéis, ya sabéis lo que pienso al respecto. Pese a que mis hijos ya van vestidos de mamarrachos y por libre como todo hijo de vecino aducido por la fiebre naranja de la calabaza del infierno.

Siempre he pensado que los valores personales son ese animal en estado de extinción que ninguna asociación se atreve a proteger en serio. Nadie a excepción de la familia protege la especie de los valores personales del individuo. Y quizás sea ese el motivo de que cada vez somos menos familiares y más alienigenas, nos disfrazamos de gilipollas no solo la noche de Halloween, sino el resto del año.
Y vamos haciendo más de lo mismo como monigotes de bazares chinos creados al por mayor y con poca calidad, para no desentonar del resto. Al fin de cuentas, debemos de haber tomado muy en serio eso de que la unión hace la fuerza, pero que mal la aplicamos.

Creo que por bien o mal que me encuentre de salud, de cansancio, de ganas. Llegará el día en que llegando estas fechas y cuando ya mi madre no esté para "obligarme" y recordarme con ello que hay que hacer lo que se debe en familia. Por los que están y hasta por los que se fueron, lo echaré mucho de menos. Espero que de algún modo haya alguien a quien dejar el testigo, y me conformo con hacerlo una quinta parte de bien de lo que mis mayores lo hacen conmigo aún. Porque invento, modas y gilipollas al por mayor, siempre habrá en la sociedad moderna. Lo tradicional, lo básico, lo autentico, lo que realmente nos mantiene asido al suelo y con la cabeza vacunada, eso, solo se hereda cuando se mama y cuando se fortalece, aunque no se parezca a nada de lo que nos rodea en el momento.

Y para terminar el post y porque me apetece escuchar algo de música os dejo esta canción que siempre me ha gustado mucho y que hoy me recuerda una vez más que en un cementerio, ni los muertos están tan muertos, ni los vivos que paseamos por él, tan vivos. Depende del lado que estés de la "puerta" del conocimiento . 






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