CREÍ POR ESO HABLÉ: Saliendo de mi casa.

   
     Desde que volví el año pasado del encuentro, no he realizado ninguna publicación al respecto sobre lo que viví aquellos tres días. Curioso, pero cierto. Y que conste que no es por falta de recursos, un encuentro de esta índole da un montón de experiencias que traer de vueltas en la maleta, eso sin contar las que a lo largo del año y gracias a lo que en el un par de días compartimos allá encontrándonos con los hermanos blogueros.



    Tengo tan presente este momento del año pasado que lo último que hubiera pensado en ese instante, era que mi amiga, hermana en la fe Irina Orellana iba a inmortalizarlo. Cuando me incliné a agarrar mi maleta que con tanto amor mi querida Cristina Llano había cargado desde el hotel (y conste que pesaba una tonelada. Porque yo siendo de Sevilla  consideraba Valladolid como el Polo Norte y la llevaba cargada de ropa de abrigo que no utilicé) estaba tan emocionada, tanto, que no podía asimilarlo. En ese instante me sentía agotada por tantas experiencias vividas, tantos pensamientos positivo que durante el Encuentro el Espíritu Santo había depositado en mi cabeza y en mi corazón. Que estaba deseando subir al Ave, llegar a casa y poner en funcionamiento mi reloj de acción. 
    
     Me dije: Aquí comienza todo.
     
    Y es curioso, viniendo de mi como me encontraba cuando salí de mi casa un par de días antes lo normal hubiera sido un pensamiento de: aquí se acabó el Encuentro. Pero no estaba triste y no sentí en ningún momento esa sensación de peso de llegar al final de algo. No. Por el contrario, sentía la euforia del comienzo, de la alerta antes de la salida que nos mantiene en vilo para salir corriendo y coger una buena posición. Traía de vueltas tantas emociones alborotadas en mi interior. Momentos de fraternidad con otros hermanos blogueros. Pese a ser poco tiempo, cundió mucho, fueron muchas las oportunidades de convivencia que se tuvo. Y los lazos que hicimos, porque no es lo mismo el trato a través de este medio que conocerse en persona. Vernos cara a cara, el contacto directo de un abrazo, de una sonrisa, de una de tantas tertulias que pudimos compartir en las comidas, en los descansos entre las ponencias.

     Especialmente yo aprendí mucho. Volví con ideas claras sobre la evangelización en este medio. Sí ya tenia claro la importancia de dar testimonio en él, el tercer encuentro me sirvió para confirmarme aún más en la necesidad de unir ambos medio, el barrio (la parroquia) y mi misión en Internet. Había estado tres años fuera de servicio en las calles por culpa de los tratamientos y los desajustes emocionales que había padecido como efectos secundarios a tantos cambios de medicación. Aún me parece verme en la estación de mi ciudad aquella mañana en que me dirigía a Sevilla para coger el Ave rumbo a Valladolid. Tenia previsto encontrarme con Néstor Mora, el presi, en el Ave. No se si alguna vez lo he contado aquí en el blog, puede que sí. Pero uno de los problemas que he tenido durante la etapa más aguda de mi depresión ha sido el contacto físico con la gente. Yo que soy una pizpireta, me vi en el lado contrario, llegué a sufrir tal bloqueo psicológico por culpa de la ansiedad que me creaba el contacto con la gente, que incluso en más de una ocasión llegué a desmayarme y perder el conocimiento en la calle. Era algo espantoso. No podía entrar en sitios cerrados y en cuanto había gente a mi alrededor, comenzaba a sudar, a temblar, la cabeza comenzaba a darme vueltas y más veces de las que quise me encontré con el control totalmente perdido y a todo lo largo y ancha que soy en el suelo. Aún con aquella realidad decidí que no iba a perder la oportunidad de asistir al encuentro. Así que allí estaba en plena hora punta de tren con la gente que va a trabajar a Sevilla, cada vez el anden más lleno y mi respiración más agitada, comencé a perder la visión. Era la primera vez que salia sola de casa en los tres últimos años, había pasado de ser la super woman que no necesitaba a nadie, a verme recluida y dependiendo de mis más cercanos para desplazarme y hacer, como ejemplo, cosas tan sencillas para mi como conducir. El caso es que hubo un momento de tal angustia allí en el andén que me senté en lo alto de la maleta para no caerme al suelo. Aún así en todo momento luché contra el pensamiento negativo de llamar a Pepe y desistir de seguir mi camino. No se como subí al cercanías, empetado, la gente empujando para subir y cuando me di cuenta estaba en el pasillo del tren, otra vez sentada en mi maleta y con el bolso y el portátil colgados, había subido y no había perdido nada. La gente me miraba poniendo caras, pero no quise poner mucha atención en lo que deberían estar pensando viéndome allí casi a ras del suelo entre las piernas de los demás pasajeros sobre mi maleta espatarrada.
     Entonces escuche por primera vez su risa ese día. Era mi ángel, no se como hacemos eso, pero siento su abrazo muy fuerte y yo también me abrazo a él. Me dice que esta todo bien y que ya he superado ese primer golpe. Y comienzo a dejar de sudar, temblar y ver algo más claro. Tengo que decir que viví muchos momentos de ansiedad en la aventura de asistir al encuentro, pero fui, di mi testimonio en la ponencia y volví con más aprendido y disfrutado de lo que nunca hubiese imaginado.
   
     Quién entienda algo de los síntomas que acompañan a los problemas de salud mental, puede hacerse una idea a lo que viví en ese fin de semana del encuentro. Nada de los acontecimientos que se disponían en mi panorama presente eran afines con mis reacciones físicas y psíquicas. Pero hasta limitada por como estaba entonces, decidí que tenia que ir aunque me quedase a mitad de camino. El Señor me había dicho que fuera, que podría, que su Gracia me bastaría y yo necesitaba comprobar que era verdad. A veces no damos la valentía necesaria a un acto de fe. No vale con creer, hay que experimentar y decidirse a dar el salto a los brazos de Cristo. Los días antes a mi partida, había tenido hasta pesadillas en las que me veía sentada con un extraño en el tren. Mi prima me había preguntado un centenar de veces si me veía capaz de ir a Valladolid a encontrarme con personas que ni siquiera conocía y en mi estado. ¿Y si te pones mala allí y la gente no sabe que hacer? ¿Y si te caes al suelo? ¿Y si...?
     Todos sus "y si ..." comenzaron a amontonarse me en la cabeza ya en Santa Justa. Me había bajado del cercanías, llegado a los aseos y me había mojado la cara y los brazos tras respirar un trillón de veces en la intimidad del reducido servicio. Allí sufrí otra crisis, pero no fue tan fuerte como la que había sufrido media hora antes. No podía dejar de sentir angustia por el momento de coincidir al fin con Néstor. Sí le conocía, posiblemente como te conozco también ahora a ti del trato de este medio. Pero varias horas sentada en el Ave con un señor tan estudiado, que sabe de todo y yo...Yo tan palurda. Y encima estaba lo otro, lo de que no estaba excepta de que una reacción en cadena de brotes de ansiedad terminaran por derribarme. "Mi Gracia te basta"  Sí, sí, gracia me haría a mi la situación si pudiera verme desde fuera y no desde dentro y lo mal que me sentía.
      Subir al otro tren no fue tan malo, pese a que el corazón parecía que iba a salirme por la boca. Y allí estaba Néstor, se puso enseguida en pie y me ayudó a colocar el equipaje, nos saludamos. Mi corazón ya iría por siete mil pulsaciones al minuto, jeje, pero no me sentí mal. Por el contrario, pese a que los síntomas de sudores, escalofríos y la dichosa urticaria nerviosa empezaba a picarme ya por el cuello, yo me sentía bien. Contenta, agradecida de poder comprobar con que cariño me sentía recibida por un extraño que me trataba como si fuera un miembro de mi familia. Y sentí esa sensación de no ser extrajera en ninguna tierra. Ese sello de identidad que nos confiere el sabernos hijos del mismo Padre, hermanos de Espíritu con un lazo más fuerte y vital que el de sangre. En un momento dado oí la risa de mi ángel que me dijo "Otra patada en el culo y van tres"
     Sabía muy bien a quien se refería, nunca hablamos de él, porque mi ángel me aconseja no entrar al trapo, alguien muy real y condenado que no había dejado de atormentarme en los tres últimos años. Pero en aquel momento, dí gracias a Dios por permitirme haber caído tan bajo en mi enfermedad y por lo mucho que había sufrido en los últimos tiempos. Porque de no haberme visto tan impotente, jamás hubiera podido afirmar que era su Gracia la que me sacó de mi casa y me llevó sin más ayuda a vivir una serie de acontecimientos en el III Encuentro de Blogueros con el Papa.

     Yo creía en Él. No tanto en mi, ni en mis posibilidades, pero estaba dispuesta a intentarlo y por eso ahora puedo contarlo.

     Próxima entrada: CREÍ POR ESO HABLÉ: Yo vengo a reunir a todas las naciones.

Comentarios

  1. Su Gracia nos basta. Abandonados en Él se manifiesta su fuerza a través de nuestra debilidad. Gracias por tu testimonio.

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    1. Pues sí, su Gracia nos basta pero hay que ser valientes para comprobarlo. Dios no se adelanta, espera nuestra respuesta siempre :)))

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  2. Me he reído de algunas cosas.
    Pobre ángel, que cosas haces que diga.

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    1. Jajajaja, noooo María, jajaja. El habla siempre lo que quiere y cuando quiere, aunque es muy obediente. Cada vez lo veo más claro y me siento agradecida de que Dios le eligiera para cuidarme, lo hace muy bien. ;)

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  3. Me. Gusrtaria. Saber. Donde. Vienen. Las. Señales. Entendíbles, me. Gustaría. Leerla

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    1. Alba no entiendo que quieres decirme.
      Las señales que Dios pone en mi camino no siempre han sido o son entendibles para mi, yo rezo mucho, pido a Dios el Espriritu Santo para que me instruya y sobre todo pido docilidad y valentía para aceptar las cosas y actuar si debo. ;)

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