Gritos en los silencios. (Diario de una madre imperfecta.)


Hay gritos en los silencios que pueden llegar a nuestra alma y traspasarla.  Es la soledad de la vejez uno de esos gritos lo suficiente fuerte como para dejar sordo el sonido del egoísmo en nuestro corazón y romper nuestras corazas.

No lo entiendo, no comprendo como la estupidez humana puede llegar a tal nivel que nos vuelve memos a una realidad que está ahí, frente a nuestras narices. Caminamos en la misma dirección, no importa si nuestra alma siempre tiene la misma edad, en el lote llevamos incluido este cuerpo mortal que envejece y con los años, quienes llegan, de nuevo vuelven a ser como niños. 
Ay... (suspiro)
Si hoy en mi país la media es de 1´2 hijos por familia, ¿cuantas familias están preparadas para tener niños mayores? De estos que ya no pasean, que necesitan la compañía constante en el hogar, la paciencia del Santo Job para afrontar el horario de un calendario sin fecha de caducidad.

Son nuestras raíces, internet se quedaría sin recursos frente a la experiencia de vida que puede encerrar una buena conversación con ellos.  Pero el mundo va a una velocidad vertiginosa donde cada vez más nos apartan de la pausa necesaria para procesar vivencia, reflexión, experiencia. La velocidad no compagina bien con la vejez, los vinos buenos, no fermentan en horas, no maceran en un par de días; se pagan barbaridades por sus años de maceración... nosotros con los años terminamos arrinconados en algún lugar donde no demos mucho el cante y donde quizás alguien escuche esos gritos que posiblemente para sorpresa propia del que se detiene, terminan por salvarlo.
Yo crecí correteando en las batallas de mis mayores, mis abuelos fueron modelos par mi en casi todo, hasta en el sufrimiento. Nunca desde que los enterré pensé que volvería a cuidar y pasar por lo mismo hasta que no llegara la hora de mis padres o de mis suegros. Me refiero a trabajar cuidando personas mayores. He trabajado en casi todo, pero cuando me salían trabajos para cuidar ancianos siempre me negué.  Sencillamente, no estaba dispuesta a sufrir, me conozco, y ni por todo el oro del mundo estaba dispuesta a pasar por dinero por una situación así. Este parón laboral que hemos tenido en casa me hizo replantear esta actitud mía y cuando hace tres semanas me salió la oportunidad de trabajar cuidando a una señora mayor, no me lo pensé. Simplemente me dije: lo asumiré como un trabajo solo, no me implicaré emocionalmente, intentaré hacer como que no va conmigo. Y mientras intentaba convencerme a mi misma no podia dejar de escuchar la risita de mi ángel. Él me conoce tan bien, tanto.

Y sí sufro.
Pero merece la pena.

Dios que me conoce mejor que yo misma, ya me tenia este trabajo elegido y cuando Ana el otro día mientras veíamos la misa por la tele juntas escuchando la homilía del sacerdote me sorprendió con sus palabras...Dios... Lo vi tan claro, que si el cielo se hubiese abierto y visto bajar una orden de ángeles señalándome ni aún así lo hubiera entendido mejor. Me basto dos días para calcular y analizar la situación de esta mujer mayor, ser testigo de la soledad a la que se enfrenta en la recta final de su vida y en cuanto puedo hacer yo por ella. El dinero no lo es todo, allí donde no llegan los €, el amor de Dios lo suple y con creces. Así que todas mis propuestas de no implicarme se fueron al garete mucho antes de escucharla decirme esa mañana:  Eso, eso que dice el cura es lo que me pasa a mi. Dios me ha puesto un ángel en mi vida, tú, para que no esté sola a la hora de mi muerte y mis últimos días.

No soy perfecta, por el contrario, soy un desastre en casi todo. Un manojo de nervios, un temperamento bestial que cuando estoy de malas arraso con todo. Para colmo no tengo ni un ápice de paciencia. Soy borde en mis respuestas en más ocasiones de las que quisiera y cuando obedezco siempre lo hago protestando. Desde que conozco a Jesucristo mi gran pregunta es: ¿De verdad sirve para algo hacer el bien cuando lo hago con tanto esfuerzo y no siempre con la alegría que merece? No se si me salvaré, no se si alcanzaré la misericordia de mi Padre a tantas faltas mías, pero confío en mi Señor y en su intercesión. Se que es su amor, lo que hace que otros me vean como un ángel, pese a ser más un pequeño demonio.

Hay gritos a los que no podemos hacer oídos sordos. Ni intentar amortiguar con nuestros temores su ecos.  Dios sabe más, nos conoce mejor y sin duda nos propone muy sutilmente en nuestra vida  las misiones perfectas para las que hemos sido llamados aunque nos resulte tan imposible creerlo porque aún pensamos que nos conocemos mejor que nadie.
Mi ángel se rie de nuevo y dice: Te lo dije, Él sabe más, te conoce mejor que tú misma.

Dios nos grita con gritos que suenan en nuestro silencio interior, con acontecimientos visibles que nos señalan el camino y si somos tan necios para mirar a otro lado o hacernos los sordos... ¿quién sabe? Igual un día nos demos cuenta de lo mucho que perdimos por querer conservar un poquito de nosotros.

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