ANUNCIAR EL REINO DE DIOS URGE.


     Nos decía hoy el Santo Padre en el rezo del Ángelus de lo urgente que es el anunciar el Reino de Dios. Nos invitaba a ser misioneros de esta gran verdad con estas palabras:

Jesús no es un misionero aislado, no quiere cumplir con su misión solo, sino que afecta a sus discípulos. Y hoy vemos que, además de los Doce Apóstoles, llamó a otros setenta, a quienes envió en los pueblos, de dos en dos, para anunciar que el Reino de Dios está cerca. Esto es muy bueno! Jesús no quiere actuar solo, ha venido a traer al mundo el amor de Dios y quiere difundir el estilo de la comunión con el estilo de la fraternidad. Para esta forma de inmediato una comunidad de discípulos, que es una comunidad misionera. Inmediatamente los capacita para la misión, para ir.
Pero cuidado: el propósito no es para socializar, pasar tiempo juntos, no, el propósito es proclamar el Reino de Dios, y esto es urgente, y aún hoy en día es urgente! 

Y como es su costumbre ser él el primero en dar ejemplo.  De nuevo hace misión, esta vez  con su encíclica para que nos ilumine y nos ayude a ser valientes en esta misión a la que también hemos sido llamados.

La luz de la fe: la tradición de la Iglesia ha indicado con esta  expresión el gran don traído por Jesucristo, que en el Evangelio de san Juan se presenta con estas palabras: « Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas » (Jn 12,46). También san Pablo se expresa en los mismos términos: « Pues el Dios que dijo: “Brille la luz del seno de las tinieblas”, ha brillado en nuestros corazones » (2 Co 4,6). En el mundo pagano, hambriento de luz, se había desarrollado el culto al Sol, al Sol invictus, invocado a su salida. Pero, aunque renacía cada día, resultaba claro que no podía irradiar su luz sobre toda la existencia del hombre. Pues el sol no ilumina toda la realidad; sus rayos no pueden llegar hasta las sombras de la muerte, allí donde los ojos humanos se cierran a su luz. « No se ve que nadie estuviera dispuesto a morir por su fe en el sol »[1], decía san Justino mártir. Conscientes del vasto horizonte que la fe les abría, los cristianos llamaron a Cristo el verdadero sol, « cuyos rayos dan la vida »[2]. A Marta, que llora la muerte de su hermano Lázaro, le dice Jesús: « ¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios? » (Jn 11,40). Quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado, estrella de la mañana que no conoce ocaso.
(Texto de la Enciclica del Papa Francisco Lumen Fidei.)

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